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El paraíso

Anahí Mallol

LITERATURA ARGENTINA

Con El paraíso, Anahí Mallol se aventura a lo inconmensurable del amor filial. De madre a hijo, de hijo a madre, el punto de contacto es una instancia que nace perdida, o más bien apartada, y que el poema incansablemente intenta señalar, recordar, recobrar. Ese centro inhabitado queda recubierto por la palabra “paraíso”, no como un lugar de partida ni de llegada, tampoco una querencia o un fresco palaciego que admirar desde la exclusión terrenal. Su fuerza es su imposibilidad de ser connotado, su silencio taoísta; su forma, la voz que lo moldea al vacío desde su exterioridad, a pinceladas de versos.

El libro podría leerse como un solo gran canto, compuesto de soplos, donde las anáforas del amor, los seres y las cosas van metamorfoseándose para dejar como producto de su movimiento un pequeño susurro experiencial, habilitado por la segunda persona del singular que campea a lo largo y a lo ancho. Es el hijo quien escucha, pero en el resonar también lo hace la madre. Cuerpos, sensaciones, sentimientos se confunden. Porque uno de los atributos intuidos de ese paraíso del que nos lamentamos haber sido expulsados es el de fundir las almas en su magma incandescente. Quien se atreve a cantarlo lo sabe: “una mirada que restablece el equilibro / como la seda fina”.

Por el hijo habla la madre, en el hijo, desde el hijo. El deseo responde a un ir, arribar juntos. El edén sucede si se da la confluencia: “era tener la plenitud de dios / el primer día / un jardín de luz en tu cara / y en la mía / una fe en el lenguaje / como quien dijera / yo soy / y no necesitara un adjetivo: una temporada en el paraíso”. Esa liberación del adjetivo es la verdadera conversión de lo real por la lengua, un decir sin calificación, transparente, como el poema sin palabras que persiguiera Mallarmé. La opacidad de la valoración se desvanece cuando boca y oído logran la catexis. Seno y labios, “para iluminar lo que ya estaba iluminado”.

“Así, en presente, / se declina la felicidad / de haberte nacido / cachorro / azul salvaje”, dice la madre, pero también podría atribuirse al hijo. Madre e hijo, como tales, nacen al mismo tiempo. Ambos resultan cachorros en su ser. Ambos crecen uno en el otro: “el alimento / es la vía láctea pivotando / es la magia en su performance infinita / es ícaro volando para siempre amigo del sol y de los cielos / es la piel del color / lo absoluto en lo intangible / yo canto / yo te arrullo / yo soy el cielo / vos la vía láctea”. Este amparo admite ser leído desde una reciprocidad entre criaturas, a partir de la cual el paraíso verdaderamente comienza cuando se casca su esfera y surge la deriva del mundo.

El nombrar que los versos practican supera al nombre-referencia para abrir el nombre-desvío, el nombre-ahora. El acá de las cosas, las emociones, para que de ellas se desprenda una llama que acaricie a quien escucha y después lo traslade hacia otros rumbos, tal vez sea uno de los modos infinitos del paraíso, como “el pelo libre en el vientito del verano / un universo”: las cuerdas cuánticas en torno a una cabeza de niño. Las imágenes ondulan y traman su propia vibración “en lo que puedo tocar con mi mano / abarcar con mis brazos / palpar con mi boca”, “hasta que otra vez me mires así / otra vez hagas / para mí / el paraíso en la tierra”. La circularidad es el eterno retorno que en cada retoma regala un exceso, una diferencia. Nunca el paraíso es el mismo, porque el que ahora conocemos está inmerso en el tiempo.

Sin embargo, en el extravío se abre la esperanza, porque, como señalábamos, no abandonamos el paraíso, sino que caminamos a la par de su inaccesibilidad. En la cerrazón del secreto más claro marchan madre e hijo, la primera advierte, muestra, acompaña, el segundo descubre un tajo por el cual la luz puede regresar a los ojos de ambos: “dejá que el viento te despeine / soy yo que me río / dejá que el mar te meza / soy yo que vuelvo / después de la vida / y te digo acá estoy / siempre tuya para siempre / en algún punto entre la tierra y el cielo / juntos pase lo que pase: / yo soy tu madre y vos mi hijo”. Así sea.

 

Anahí Mallol, El paraíso, Caleta Olivia, 2024, 120 págs.

 

13 Mar, 2025
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