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En El silencio de las abejas, Gabriel Bellomo hace poesía por otros medios. En los cuentos, el lenguaje está en primer plano. Hay acción, ocurren cosas, hay personajes que sufren o que sienten la soledad o el hastío de la vida, pero esas figuras, esos movimientos están atravesados por el trabajo minucioso con el lenguaje. No es que los personajes y la trama no sean importantes. Se podría decir que los temas de los cuentos (la muerte, la locura, el desamor, la soledad más profunda e irrebatible) conviven con esa forma de contar, esa forma de narrar que se asienta en la poesía. Al leer a Bellomo tenemos la impresión de estar leyendo a un estilista, como lo fue Nabokov o, más lejos, Oscar Wilde.
En los cuentos hay un problema humano, existencial, que atrapa a los personajes (por ejemplo, en “Mogador”), o hay un drama insuperable (“Viento sobre el río”), o la peripecia, la intriga y el extraño amor pueden convivir (“Ron”). Por eso, quizás, los finales no deben ni necesitan ser sorpresivos. En los cuentos de El silencio de las abejas no hay final con corte abrupto. Los finales dejan en suspenso el inicio de una vida, la continuación de un problema o la irresolución de una existencia que no encuentra su curso. En este sentido, los relatos de Bellomo crean climas que perduran en la mente del lector. Recordamos las tramas. Pero antes que nada recordamos las atmósferas, los dramas, los fracasos, las pérdidas, como si los cuentos permitieran hacer una radiografía de los problemas humanos a través de la invención ficcional.
“El silencio de las abejas” es un relato memorable. De una forma indirecta, casi elíptica, se refiere a la violencia política durante la dictadura. O, mejor, se refiere a las secuelas terribles de esa violencia política. El cuento muestra la vida ruin que lleva una mujer, lejos de su hija y sin el marido. La relación que tiene ella con el vagabundo, Ángel, es antológica. En esa relación está la potencia del cuento. ¿Son diferentes ella y el vagabundo? ¿No hay en ambas vidas un vacío, un abandono inevitable, una forma tremenda de dejar pasar los días y la existencia?
El Ángel es un solitario que sigue una rutina perdido en el frío y a la intemperie. Su existencia es una ruina. La vida de la mujer también está signada por el dolor y la sensación de fracaso. Ella se queja de esos silencios, de las pérdidas inevitables. Lo que conmueve es que se comunican a través de las miradas. El fragmento de documental sobre las abejas que ella ve se refleja en la ventana. El vidrio frío de la ventana deja pasar el documental para el vagabundo. Ahí, en ese vidrio aséptico, está la clave del cuento. Ellos se ven y se entienden a través del vidrio. Ahí se instala el hueco, el pozo de sus existencias. La ventana contiene la soledad, el hastío, el silencio de esas vidas anonadadas. ¿Podrán salir de esa especie de condena? ¿Podrán encontrar la felicidad en el dolor impuesto?
Con este libro, Bellomo confirma que es uno de los secretos mejor guardados de la literatura argentina. En El silencio de las abejas suena una música furiosa y alarmante, el rumor poético de la prosa: el silencio de la poesía.
Gabriel Bellomo, El silencio de las abejas, Paradiso, 2013, 304 págs.
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