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Encabezado por unos versos de Georg Trakl, este nuevo poemario de Lucas Margarit, con sus diez piezas (más unas delicadas palabras preliminares de Dolores Etchecopar), convoca a un periplo de descubrimiento y hundimiento dentro de la obra del gran poeta austríaco, en el cual la nave es la lengua española.
La cita que abre el portal pertenece al poema “Al joven Elis” y, en una de las versiones citadas (la de Pablo Ascierto), nos dice: “Elis, cuando el mirlo llama en el bosque negro, ese es tu ocaso”. A partir de allí, de la traducción, del pasaje, del traslado, la voz que invocará, remitirá, conversará o apelará a elis construirá ante el lector un mundo espeso de palabras y referencias, por momentos pictórico, por momentos táctil o sonoro, en el que pareciera no hay principio ni fin, como tampoco salida o vuelta atrás.
Si bien podría tenerse la impresión de que este espacio creado responde a un bosque literario, una zona exclusiva del lenguaje y la tradición, lo no dicho en los versos, la respiración contenida que los encabalga o los enlaza impacta en la piel, en la garganta de quien lee y ya no se trata de un simple muestrario o una visita guiada a la tópica de Trakl, sino de un límite franqueado hacia la conmoción de la oscuridad tupida y húmeda que nuestra lengua puede encontrar en el seno del alemán.
No hay que olvidar que, en la obra de Trakl, Elis juega un papel alegórico (de la inocencia, la libertad, la pureza) al mismo tiempo que importa un desprendimiento del yo biográfico hacia la aparición de la voz lírica. En consecuencia, versos como “te ahogaste / como quien recurre al agua / para celebrar un nuevo bautismo // entre dos orillas / con los ojos cerrados / los peces / comían lo que abandonabas” se presentan como una apropiación de ese despedazarse de lo individual y devienen un gesto estético, que por su sola comisión se transforma en poema.
En este marco, la mutación del yo se da en el espacio que señalábamos más arriba, y la voz se dice a sí misma: “has sido / la pulga y / la pluma / en el vientre de un pájaro / y también el pájaro”. El lugar al que se accede gracias al epígrafe (ese insondable hacia el que llama el mirlo) comienza a palpitarse como exterioridad íntima, y donde quiera que el paisaje sea enfocado algo en el cuerpo de quien lee ocurre, se da como contemplación plástica en la que la luz del ocaso (los Abend que titulan muchos de los poemas de Trakl) delimita con su ceniza o con su oro enrojecido los objetos: “elis describe mientras espera: // botella / agua sucia del río // cuenco de barro / con sangre de ternero // florero de vidrio oscuro / con tallos y hojas // dos naranjas / la mano sucia de un hombre viejo / que da sentido al resto de las cosas”.
Producto de ello, la voz se confunde con lo mirado, pasa a formar parte del entorno, se insufla y en esa topografía entre lacustre y boscosa, en ese limbo entre dos lenguas, hace comparecer a sus oyentes a la metamorfosis que la convierte en un viento que “es un animal oscuro abrazado a la hierba” y después queda en suspenso vital.
Lucas Margarit, elis o teoría de la distancia, El Surí Porfiado, 2020, 50 págs.
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