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“Si existen las formas de presentarse / una se diría cantora / o traductora de los sonidos que nos rodean / porque para mi pueblo las definiciones no son estáticas”. Con estos versos a modo de nota autoral comienza Flor amiga de diez guanacos, el primer libro de poemas de Anahí Rayen Mariluan, pero no su primera producción ni de cantos ni de versos, ya que lleva producidos cuatro álbumes en estos últimos años, todos felizmente accesibles en su página web.
Cantora o traductora, lo primero que se pone en relieve en este texto es el lugar de la poeta y la lengua con la que poder nombrar lo que la rodea. La naturaleza tiene su lengua, los guanacos tienen su lengua hecha de presente y pasado (señala Liliana Ancalao al comienzo del libro), y esperan que entendamos su idioma. Mariluan asume esa posición y la despliega. Su poesía, como su música, va hacia la naturaleza y regresa, va hacia el linaje de ancestras y las trae, va hacia el tuwün, su lugar de origen, y regresa, se inscribe en una serie que no cesa. En el tuwün coexisten entonces el nombre, la lengua, el territorio, el pasado y la imaginación del futuro: “Resuena aquí el antiguo / wiwiwiwiwiwiwiwiwiwi / ingakayaiñ taiñ ül / ayiwkülen / yayayayayayayayayaya / feley kümelekan / fentepuy. / Defendamos nuestro canto, / así estoy bien. / Eso dijimos”.
Desde esa afirmación sencilla y contundente, la poesía de Mariluan recorta una comunidad a la que pertenece, una tradición y una dirección. Y la despliega en un entre lenguas: el mapuzungun y el español. Cantar, escribir en mapuzungun es un acto político y una poética vital. Si un tópico literario en la tradición occidental es la escisión “sufriente” del sujeto respecto de la naturaleza, cierta imposibilidad al nombrar, un hiato ineludible entre la lengua y las cosas, en la literatura de Mariluan (como en gran parte de la literatura mapuche) la escisión es histórica, sigue aconteciendo en el interior de la subjetividad, y proviene de las políticas de exterminio (siglo XIX) y de enajenación y silenciamiento del mapuzungun (a lo largo del siglo XX), que al pueblo mapuche se le ha impuesto/intentado imponer desde el Estado nacional. Toda enunciación es entonces recuperación de una lengua y de una posición en el mundo (y en la naturaleza), toda enunciación aligera el daño, promete un futuro. Dice: “Una vez devuelta / la palabra de la tierra / enderezaré dudas / y abrazaré la enredadera infinita / por la senda del viento”.
A lo largo del libro encontramos diferentes formas de producir, representar, explicitar esa tensión: hay poemas escritos en mapuzungun y luego traducidos (cara y ceca); otros aparecen exclusivamente en español. Hay otros que entretejen las dos lenguas, combinando verso a verso: versos pareados o versos en diálogo. Hay huellas también en la sintaxis que da como experiencia una gramaticalidad intervenida. Y hay versos que se resisten a toda traducción (permanecen en español o en mapuzungun), como: “rimü mew / ngelay aliwen / alkun / las máquinas del hombre / corrompiendo / fill pewü”. O: “Madrigueras / un río de abajo / ka pullü trawn / sin encrucijadas”. Lo intraducible pareciera ser el punto que señala la diferencia máxima de culturas y al mismo tiempo su máximo contacto en la enunciación: lo que una lengua hace en la otra, lo que una cultura hace en la otra. Movimiento que nos obliga a leer el pasado y nos permite optar por un futuro lejos del monolingüismo. Interlenguas que la poesía del pueblo mapuche, como la de otros pueblos originarios, exhibe y nos revela (felizmente) que el español que hablamos en estas tierras nunca ha sido sólo español, y que la forma en que nos propone habitar (y también imaginar) estas tierras definitivamente no es la única.
Anahí Rayen Mariluan, Flor amiga de diez guanacos, Las Guachas, 2024, 74 págs.
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