Del living de una casa familiar, en Barracas, un relato va a los campos de Galicia y vuelve, una y otra vez, sin cortes, sin saltos en zigzag; somos llevados y traídos en el curso elegante de una espiral, que avanza al tiempo que regresa. La sorprendente última novela de Eduardo Muslip es mucho más que la evocación de una abuela gallega llamada Florentina, es una indagación de la memoria y la experiencia.
En la “sala de estar” de la casa de los tíos del narrador, espacio problemático, decorado y transformado mil veces sin integrarse nunca a la dinámica hogareña, la abuela Florentina reina. Desde el sofá, mientras el narrador, niño-adolescente, lee enciclopedias, ella ve transcurrir con desconfianza los últimos años de su vida, años que pudieron haber comenzado cuando debió abandonar Galicia definitivamente. “Infancia, adolescencia y juventud no formaban una secuencia, sino un período luminoso en el que los tres estadios se fusionan”, por eso el sentido siempre insatisfactorio que define al living se corresponde con el recelo de la abuela Florentina frente a toda experiencia que no provenga de esa fusión de infancia, adolescencia y juventud, transcurrida en Galicia: allí ha acontecido —y se ha perdido para siempre— lo real; todo lo demás es percibido como apócrifo. El recuerdo y el relato son las únicas herramientas capaces de salvar algo de ese pasado. Alejada del estereotipo de la abuela narradora y memoriosa, Florentina habla poco y fragmentariamente; es el narrador el que, con todos los fragmentos, los recuerdos propios y los de su abuela, los rumores y desgracias familiares, los personajes de una Barracas lejana ya en el tiempo, construye un universo de relatos que, al modo de Las mil y una noches, se engendran, mutan, se reescriben. El relato avanza sin realmente avanzar, o lo hace de modo diferente; en cada vuelta, sobre los sedimentos de los anteriores, el relato crece.
La unidad que forman infancia-adolescencia-juventud no constituye una unidad estática, un relato consumido, sino que, por el contrario, irradia aún calor y luz, ilumina y entibia zonas del presente, revela aristas nuevas de cosas conocidas, contamina lo real, lo invade y lo resignifica. La prosa de Muslip, precisa y tersa, de frases envolventes que parecen descubiertas más que escritas, de ritmo sosegado pero nunca lento, tiene la velocidad tranquila de la evocación, narra el vagabundeo por los caminos aparentemente caprichosos de la memoria. A su manera, para el narrador de Florentina, ese período luminoso de la infancia y la juventud también constituye un núcleo de sentido, una especie de libro que se escribe a los tropiezos, como se puede, y que durante los años venideros uno podrá dedicarse a leer y releer.
Eduardo Muslip, Florentina, Blatt & Ríos, 2017, 140 págs.
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