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El texto del poemario de Eric Shierloh está organizado en cuatro partes: “Frío en las regiones equinocciales”, “Diario de tres días”, “Poemas etruscos” y “China ya no los quiere”. Hay una poética que se enuncia a modo de brújula en las primeras páginas:“Porque la escritura comienza con un estallido —acaso termina como quería Eliot que termine el mundo”. Se postula un programa de escritura sobre la manera en que se puede entender la poesía, como en “Poema objetivista”, donde la tarea de escribir resulta ambivalente y el horizonte de la escritura se clarifica en los últimos versos: “En la escuela de noche / seis intentando escribir poesía / a mediados del invierno. / Se supone que el poema / sea objetivista. / Lo único que se me ocurre / es que escribir / se parece al armario / que está en el fondo del aula: / a veces tenés las llaves / otras un hacha”. Tal vez la finalidad de la poesía consista en domesticar la lengua cotidiana a la fuerza. No es casual que se hable en clave arqueológica de una lengua inhallable como la de los etruscos: “Nada sabemos del idioma / de los etruscos. De hecho, / no podemos leer una sola / de sus palabras. / Su lengua es un completo / misterio, / y el destino, por cierto, / es muy extraño. / Nada / Ninguna”. Por qué no pensar, en esa dirección, que la tarea de la poesía no consiste acaso en reconstruir, o construir nuevamente, otra lengua.
Shierloh ensaya una cartografía familiar, lo que sucede en “Bellotas para el invierno”: “Una tarde tu padre te cuenta / cómo fue que se enamoró de tu madre. / Lo escuchás con atención. / Te cuenta muchos detalles / sumamente triviales pero significativos / y se te ocurre que entonces se parece / a un arqueólogo ciego. / Bueno, eso es todo, dice por fin. / No sabés qué decir. / Otra vez no sabés qué decir. / Entonces te levantás, vas hasta la ventana, / encendés un cigarrillo / y pensás en lo mucho / que vas a cuidar ese recuerdo / que acabás de grabar. / Porque a veces / cosas que no tienen relación muy evidente / la tienen de pronto / el día menos pensado”. La memoria familiar es un bien, un contrato tácito. Mustaine diría que nuestro árbol genealógico nos aguarda en la oscuridad. Una poética de nuestra subjetividad más allá de la diversidad de experiencias y del paso implacable del tiempo.
Conviven referencias literarias a Dylan Thomas, Eliot, Zola, entre otros nombres del canon literario occidental, con guiños culturales como Kyuss o Megadeth. En “Donnie Darko” aparece una instancia existencial, la anécdota de la figura del personaje disfrazado de conejo es una excusa para detenerse en sí mismo: “A veces me siento como D.D. / pero al revés: porque la voz de ultratumba de Frank / no me dice lo que debo hacer / sino que más bien es mi conciencia / la que pregunta a otra voz: / ¿qué es lo que debo yo hacer?”. Pareciera ser que no hay puntos de apoyo ni coordenadas para definir nuestro lugar en el mundo, que habitamos una región fantasmagórica donde el acto de revestir de sentido la vivencia personal no sería fácil. La experiencia contenida en el poema se activa en un simulacro cuya referencia no está resuelta. Así el conjunto de textos equilibra elementos distantes en el tiempo y el espacio con elementos más cercanos, en una propuesta de lectura que nos invita a repensar nuestros sueños para finalmente restituirlos al orden de lo real.
Eric Shierloh, Frío en las regiones equinocciales, Barba de Abejas, 2014, 96 págs.
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