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Si bien en la producción poética argentina de los últimos años técnicas habituales en la lírica de la experiencia —la reflexión o la centralización del yo poético, por ejemplo— prevalecen sobre el lenguaje simbólico, la impersonalidad y las formas clásicas, hay algunos poetas que, como Walter Lezcano, utilizan estos recursos sin dejar de lado la métrica, las metáforas, las imágenes o la aliteración, que abren otras posibilidades. Fuga de capitales deja entrever la mano de un escritor entrenado que juega con el verso, lo mira, lo toca, lo desarma, lo modifica y lo expone.
La musicalidad de los poemas de Lezcano se sustenta a menudo en palabras de pocas sílabas y versos de no más de cinco términos: “Me despierta / un fueguito / que atraviesa / el cielo / las ciudades / los rascacielos / los techos bajos / el pasto / del fondo de casa / y llega / hasta mi mesita ratona”. La dicción, configurada por elementos cotidianos, da a la lectura un ritmo liviano y veloz. A la vez, o con el implícito fin de desmitificar el carácter “elevado” del género, el escritor compara elementos de naturaleza disímil –tales “la intimidad” y una “heladera” – en un simultáneo y no del todo encubierto ataque a la metáfora: “la intimidad / de un hombre solo / con su heladera vacía / no se compara con nada”.
Los versos de Fuga de capitales describen lo que parecieran ser experiencias de alguien que vive y siente por primera vez, algo a lo que el tono inocente y reflexivo contribuye con la consolidación de una hoy inhabitual atmósfera de calidez e intimidad: “La dulzura es la violencia que nos salva”. Hay en estos poemas un yo que deambula por una casa donde sobran cajones de cerveza y faltan abrazos. El tono reflexivo se lee como una invitación a entrar tanto al hogar como a las meditaciones de alguien que intenta sobrevivir en un mar de angustias y de autoconciencia. “Mis / te / ríos / uni / ver / sal / es / de / la / ex / is / t / e / n / c / i / a / Me quedo mirando los rieles / y escuchando ese ruido”. La automatización de los quehaceres cotidianos lleva al que habla aquí a dar rienda a sus pensamientos, con lo que a veces se deja invadir por emociones que no siempre sabe cómo controlar: “otra vez: / ¿cómo habrá terminado todo? / los finales abiertos / me destruyen los nervios”.
Estructurado en cuatro partes: “La llegada”, “La exploración”, “El encierro” y “El futuro”, Fuga de capitales transcurre como si un proceso de maduración personal avanzara a medida que pasan las páginas. Mediante recursos iterativos —repetición, pregunta retórica, anáfora, ironía—, los versos cobran ritmos propios que cuajan en una misma melodía, conectan el mundo exterior con el interior y dan forma al libro: “¿Por qué gritan así? / Me pregunto si en algún momento / se dijeron cosas agradables / si se hicieron promesas / si se desearon por encima / de la idea de belleza que heredaron / de sus padres / y de su clase social”. El registro de imágenes concretas en la primera parte del libro y la observación introspectiva en la última evidencian el crecimiento personal de una voz que ya no fija sólo su atención en “la cebolla que se dora en la sartén con un chorrito de aceite” sino en “saber que hay vida del otro lado del miedo, pero primero está el miedo”.
Los agradecimientos incluyen una serie de máximas, confesiones y ocurrencias —“Muerte al adjetivo”, “¿Dónde está la libertad?, “Corregir poesía es escalar el Everest por otros medios”—. Suena como una confirmación del carácter (o la estética) experimental, y sobre todo personal, del libro.
Walter Lezcano, Fuga de capitales, Santos Locos poesía, 64 págs.
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