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Geografía de la fábula se presenta como la flor nacida entre los libros del poeta entrerriano oriundo de Villaguay, ya que el volumen no sólo reúne trabajos editados e inéditos; su confección —coordinada por Guillermo Mondejar e ilustrada por las tintas de Artemio Alisio— responde a la concepción de un corpus poético, tanto vital como textual.
Más que libros, plaquetas y primeras publicaciones, lo que el lector encuentra es un sendero por el cual hundirse en la contemplación de un suelo, su historia y los desplazamientos aquerenciados de su habitante. De allí que el orden cronológico propuesto sea el inverso, encabezando el curso la última pieza escrita (Geografía de la fábula, 2017) y culminándolo el primer trabajo (La estatura de la sed, 1971). En el medio, se encuentran tres interregnos —períodos de escritura silente entre publicación y publicación—, y los títulos Plenario de fantasmas y Fuegos de bien amar.
En el prólogo, Sergio Delgado teje y desteje los vínculos entre experiencia y escritura de MAF (sigla con la que el mismo autor se reconoce), haciendo especial hincapié en la mixtura de lenguas y culturas que atraviesan su obra (judía, italiana, guaraní, alemana, etcétera). También enfoca el universalismo local de esta poética, a través del análisis de diversos textos y citas de correos y mensajes; rasgo que contiene la afirmación de una creencia existencial en el poema, el cual viene a resistir en la vida aquello que todavía resta de ella en el mundo.
En la obra de MAF, el territorio se revela como el centro. Pero hablamos de un sitio atravesado expresamente por lo político. Lo que en Juan L. se presenta como paisaje de numen feérico y espejo de la utopía posible; lo que en Madariaga se manifiesta como emergencia de leyes naturales que reflejan los movimientos humanos sobrepasándolos; lo que en Calveyra surge como doble fondo de la subjetividad y en Mastronardi se plasma como equilibrio pictórico tenue y abismal, en la obra de Federik se vivencia en la belleza sórdida de las máculas humanas que afrentan la tierra.
La historia se hace carne en los seres y las cosas, infiltra el paisaje. Los árboles, los caballos, los ríos son alcanzados por las alegrías y las injusticias. El país se concentra en el suelo entrerriano para contarse desde ahí, y el entorno es registrado como arena en la que siempre se deja huella. El asesinato del padre, la persecución del poeta, el miedo de los hijos, la caída del futuro, la destrucción de la naturaleza, las traiciones a la patria. “Oigo el jadeo de los perros debajo del estribo. / Marchamos por la azul circunferencia de los días / tras escamas de sol, como si aún quedase en el aire / un arroyo de piedad, una ribera esperada. // Cada paso guarda el eco del paso que hemos dado. / Los perros me guían siguiendo los efluvios / de unas criaturas encantadas de tan lejanas. // Padre mío, ya es domingo. Hazme un poco de luz a tu costado”.
El verso es consciente de que para asentar ese mundo debe responder a ciertas necesidades. Su consistencia, su peso, su extensión dan cuenta de esa ponderación de lo circundante, y la historia entra en juego de la mano de la revisión de los recursos tradicionales. La métrica, la sintaxis, la sonoridad altisonante evocan lo acumulado en la lengua como testimonio de su imposición, a fin de entablar el diálogo con las menudencias de lo orgánico presente, y el cruce se da en el seno de una voz delicada —pero deseante y decidida—, que desafía al poder: “Pero a veces un niño, un niño de arenas corre frágil y aéreo / por los estrechos corredores donde las cruces son señas / y se enciende en los cristales, no de la luz, sino de los iris, / para retornar a los pasos humanos, radiante en sus límites, / porque a todo fin le precede un final en los presagios”.
“La calada de la trama, los hilos significantes del sonido”, dice el autor en su propia presentación dentro del volumen, y expone ante nuestros ojos su mirada, esa que lee el alrededor en clave de textura. Hebras de la historia, hebras de la tierra, urdidas por el tiempo, nos construyen, tanto afuera como adentro. La aparente exterioridad que la obra de MAF nos entrega tiene un punto de fuga, y ese intersticio desemboca en la interioridad de la carne, porque “esta corpórea luz que habita el aire / con un desgano brillante de cenizas / y un dulzor de naranjos florecidos / es la luz de tu casa, hijo mío, / es la luz de Entre Ríos”.
Miguel Ángel Federik, Geografía de la fábula. Obra poética, EDUNER, 2021, 544 págs.
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