¿Cuáles son las tareas del realismo en el siglo XXI? Gorgona, la primera novela de Jimena Schere, narra el deterioro de un matrimonio de clase media durante la crisis social iniciada en diciembre de 2001. Existen algunos puntos de contacto entre esta novela y El traductor (1998) de Salvador Benesdra: ambas historias suceden en un momento de debacle socioeconómica y ambas desarrollan su propia idea de totalidad narrativa. En estas dos cuestiones reside el desafío de la novela: contra toda noción atenuada del género, Schere propone contar una realidad cuya anomia no excluya sus efectos más brutales o grotescos en la conciencia de sus protagonistas. En Gorgona vemos desfilar así matrimonios en caída libre, desempleados, ajustes de cuentas en una villa, fugas de hospitales, mozos sin experiencia, lisiados debutantes, alumnos en estado de revuelta, políticos que dan discursos de casamiento; entre otros personajes y situaciones que, según la convención realista más ambiciosa, describen la totalidad social a partir de sus contradicciones. Para desplegar ese mundo, Schere saca el máximo provecho a un conjunto de procedimientos relativamente simples: la novela se compone de escenas con una localización puntual (“Rivadavia 2686, 6° B”, “Estación Lavalle. Línea C”, etcétera), como si cada una de ellas fuera un microrrelato aislado construido según el principio clásico de planteo, desarrollo y remate. Narrada siempre en presente, cada escena funciona como una mónada, pero eso significa también que su propia sucesión es contingente, por lo que quedan desdibujados los límites entre el mundo de las clases medias y las clases bajas, la acción real y la fantasía neurótica, el presente y el pasado. En el interior de cada viñeta el tono elíptico pone el énfasis en la situación concreta de los sujetos, el marco social o íntimo en que cada uno de ellos se halla atrapado, mientras que un uso calculado del indirecto libre funde la acción narrativa con los pensamientos de los personajes. Schere puede jugar así dentro del verosímil realista imprimiéndole algún grado de extrañamiento formal al relato, sin tener que recostarse en el mutismo de sus caracteres o en el supuesto vacío de la vida cotidiana. Otro acierto es la construcción de los personajes: de la tradición arltiana la autora adopta un vocabulario atento al detalle flagelador, que le permite crear individuos conscientes de la derrota e incapaces de otra reacción que no sea la autodenigración o la violencia. Llegados a este punto, surge la pregunta inevitable frente a cada nuevo talento narrativo: ¿prosa al servicio del realismo o realismo al servicio del estilo? Tal vez esto no sea por ahora muy importante: un manejo hábil del lenguaje y de los recursos ficcionales le bastan a Schere para componer la mejor novela sobre la crisis de 2001 hasta la fecha.
Jimena Schere, Gorgona, Paradiso, 2016, 160 págs.
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