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Los libros de Florencia Méttola son como barricadas invisibles. Mientras digo esto pienso en esas personas, esxs peatones que al darse luz verde para los autos se agachan a atarse los cordones a mitad de la senda, frenando tontamente el tráfico. Haciendo ingenuamente pequeñas revueltas políticas.
Los poemas de Méttola son barricadas más por su impronta visceral que por su urgencia, aunque las dos cosas podrían ser lo mismo. Y son invisibles por el simple hecho de no ser más que palabras. Méttola saca el estómago crudo o el corazón cálido y los pone ante nosotrxs, como una trinchera para cuidarse a sí misma que a la vez la desprotege. Su último libro, Historia de amor no correspondido con una montaña, continúa esa línea. ¿No es una montaña en realidad una barricada gigante y hermosa con caminos donde nos enredamos y que nos impide el paso? El choque desacelerado al infinito de dos placas tectónicas que descubre las tripas de la tierra. Porque la única forma de descubrir, o mejor, de conocer la tierra es a través de las montañas, cuando estas se levantan como una pura cosa ante nuestros ojos. También se la puede conocer por el mar, justamente por la carencia de tierra que marca su borde.
Las montañas se miden en m.s.n.m. (metros sobre el nivel del mar) porque el agua señala ese grado cero de suelo. La montaña es suelo acumulado, suelo sobre suelo, tierra irreverente, como aquel periódico anarquista tucumano de principio de siglo pasado: “Tierra libre”.
La escritura de Méttola es una escritura anárquica, en cierta forma desordenada, que mezcla pensamientos con velocidad. Una carta con mucho aire y poca tierra. Su escritura no respeta más ley que la de la voz del corazón. Esta ausencia de ley está, obviamente, signada por la muerte de su padre y la pérdida del origen (“anarquía”, “an-arkhê”: sin-origen/fundamento/dominio). Repite una y otra vez a “su-padre-recientemente-muerto” por esto y por lo otro. Que su cuenta bancaria, que la sangre huérfana, que su cara fría en el cajón, que unos rollitos de billetes en el fondo del ropero, que el reencuentro con su madre muerta. Como en una especie de ensueño, en sus libros el amor se vuelve huidizo. Se desplaza y condensa, cambia de forma y de rostro. En este libro en particular, el amor y la muerte se enredan y trocan constantemente. Uno se pone en el lugar del otro y viceversa.
La montaña se erige como objeto de deseo: mimos a la noche y caricias a la mañana, pero también como una gruta al lado del sendero: el montículo de tierra suelta que abriga a lxs muertxs.
Méttola vive en una ciudad a 431 metros sobre el nivel del mar. Ni en la montaña ni en la pampa, sino a cierta distancia justa entre una y otra. En el pedemonte, en Tucumán.
Florencia Méttola, Historia de amor no correspondido con una montaña, Tammy Metzler, 2022, 80 págs.
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