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En las dos últimas décadas, hay un argumento que, con variantes, circula y se recrea, pero sobre todo insiste en la literatura argentina. Se trata de un personaje, un hombre que por diferentes motivos se entrega a la deriva. Desde Villa (1996), de Luis Gusmán, pasando por Ida (2008), de Oliverio Coelho, o Pequeñas intenciones (2011), de Jorge Consiglio, la literatura argentina reitera una imaginación de nowhere men que han declinado las disímiles y elocuentes utopías de Erdosain o de Dahlmann. Historia de Roque Rey, de Ricardo Romero, se inscribe y renueva esa tradición.
Roque Rey nace en Paraná, en el 57, como un efecto feliz y un poco inconsciente de un amorío. Su padre —“más inspirado por los seriales de Flash Gordon que por el peronismo”— se cree perseguido político y huye; su madre lo entrega a su hermana y a su cuñado para que lo críen. Es tentador proponer el símbolo: Roque Rey como uno de los tantos huérfanos del peronismo; y si bien en esta novela el imaginario de Romero no abjura del realismo político, el tiempo y la Historia han hecho su trabajo con las representaciones; costaría ver en Roque Rey al Polín de Crónica de un niño solo o a los niños traumados de Enrique Medina. Además, y gracias al tío Pedro —brújula espiritual de Roque, responsable del legado poético de la novela: un espléndido par de zapatos— la intemperie nunca será absoluta; Roque siempre dispondrá de aquella “primavera sagrada” que escribió Rilke.
La novela de Romero cuenta una vida. Como Citizen Kane o La muerte de Iván Ilich, Romero trabaja con el tiempo como si fuera la materia narrativa por excelencia. De algún modo, la fluidez y la solvencia del narrador y la aparente naturalidad con que se encadenan las peripecias encuentran en la duración, en la forma extensa, un manantial inagotable. Roque se va de Paraná a los doce años; es adoptado como bailarín por Los Espectros, un grupo de música tropical; llega a Buenos Aires; trabaja en la morgue durante el Proceso; comienza una extraña relación con una niña; por fin se asienta en Diamante y se casa; pero todo parece consustancial a la gracia narrativa. “No importaba que eso no fuera del todo cierto, porque en su vida nada había sido del todo cierto”: esas palabras dan cuenta de la manera en que se entrelazan en Historia de Roque Rey experiencia e imaginación, narración y verdad.
En “La Iglesia y el Reino”, Agamben escribe: “el tiempo del mesías no designa una duración cronológica, sino, sobre todo, una transformación cualitativa del tiempo vivido”. Esa transformación parece ocurrir en Roque Rey hacia el final de la novela, cuando la deriva del personaje también asume la forma de una larga peregrinación; ecos de un cristianismo profano que encuentra antecedentes en Murena o en el mejor Marechal.
Bajo la apariencia de una novela decimonónica, de una novela del boom, y sobre todo, de una gran novela americana, Historia de Roque Rey es un territorio vasto, surtido de historias, plagado de rutas argentinas.
Ricardo Romero, Historia de Roque Rey, Eterna Cadencia, 2014, 512 págs.
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