LITERATURA ARGENTINA

Con cierto entusiasmo afirmaría que la novela no es más que una forma del futuro, ya que en el presente resulta imposible. Por supuesto que ese futuro es anacrónico, pues de algún modo ya aconteció en el pasado. De eso dan cuenta los extremos a los que el género ha llegado: la grandilocuencia sin aliento de Proust y la genialidad minimalista de Aira. En uno y otro, continuidad e interrupción son la clave. Tal vez por eso, lo intermitente sea la forma que se corresponde al presente. Desde que leo a Lo Presti, la promesa futura de una novela se reitera. Aquí y allá, en lo que cronicaba o reseñaba humor y crueldad mediante, pero también en las primeras formas de relatos que no referían identificación alguna, su tema no dejaba de aparecer. Es obvio que no era él mismo, ni tampoco la invención despojada. Intempestivamente, Lo Presti prometía escribir sobre su padre, pero no como quien perfila una figura gravitante o describe un vínculo siniestro, sino más bien como quien debe sobreponerse a ello. Por eso el retardo, la procrastinación, la incapacidad misma eran sus formas de escribir. Esa intermitencia, más la reticencia del ego junto con la sagacidad de un editor, hizo que Húngaros encontrara su forma: la novela del futuro que se había ensayado en el pasado.

A diferencia de J.R. Ackerley, para quien su padre era un enigma autoritario al que respetaba sólo porque intuía lo bochornoso de su deshonra en el secreto que los unía, Lo Presti se mueve en un terreno mucho más complejo. De lo cómico a lo patético, la modulación del padre no es más que la novela de aprendizaje que el hijo debe escribir. Que aquel sea un farsante, un embustero, un resentido o un superdotado al que nadie entiende no es un motivo para que la literatura desmonte lo que ahí hay de totémico. En todo caso, sí para desplegar un manejo de lo narrativo que se enfrenta a la fatalidad del mundo cuando lo que nos ronda es la repetición: si el padre maneja un remís ilegal y el hijo da clases en un colegio —medido todo por la posibilidad de escribir literatura—, ciertamente nada está muy lejos de nada y todo está próximo a arruinarse en cualquier momento. Por eso, más que un relato, esta vez lo que tenemos son las imágenes de una fuga prolongada en el tiempo, el pasar páginas a un álbum familiar que, tras su distracción, avanza y retrocede, se aleja y no puede olvidar lo que abandona. En definitiva, Húngaros es lo que hay por detrás de lo que acontece cuando la obstinación del deseo sabe una sola cosa: escribir. En la línea de cierta picaresca oscura que Fogwill inauguró, pero sin distinción de trato —por no decir de clase—, Lo Presti cuenta una fábula en la que escribir es lo único que aún el mundo no ha arruinado. Pero también, escribir ya es algo propio del olvido.

Salir de la patética comedia del padre es ingresar en el drama de la inteligencia literaria que sólo sabe huir. Y eso ya es mucho, a veces lleva más de media vida cuando, por suerte, unas pocas palabras bien ejecutadas convencen: “De chico, yo tenía un juego recurrente cuando me iba a dormir. Estaba solo, en medio del océano, y la almohada era un tronco y yo flotaba a la deriva. Todo el tiempo pensaba que iba a terminar siendo un linyera (de hecho, mi viejo era un linyera con techo)”. Aun así, la verdadera fuga llega con el resplandor irónico de quien repele el orden justamente por creerlo poco interesante: “—O sea que su escritura y su vida dependen de su desorden —dijo mi analista. Me quedé mirándola y dije que sí. —¿Y hasta ahora qué escribió? —Nada. —¿Y entonces?”. No responder, resistirse a darle fin al largo adiós que todo padre es, es darle inicio a la literatura que deberá inventar lo real con el fantasma de una palabra, yo, la última que leemos en Lo Presti.

 

Flavio Lo Presti, Húngaros, El Cuaderno Azul, 2023, 108 págs.

27 Jun, 2024
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