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En su diálogo con la literatura científica de fines del siglo XIX y principios del XX, uno de los primeros aspectos que impresiona de la tersa escritura de Roque Larraquy es su indiscutible talento para recrear universos por entero verosímiles a partir de elementos que evocan el detallismo del fantástico. En paralelo, y en un perfecto equilibrio, sus personajes dislocan el marco de ese entorno cientificista apuntando sus dardos hacia el entramado de la Historia. En Informe sobre ectoplasma animal, esta se mueve como las imágenes ectográficas que, con devoción, el fotógrafo Severo Solpe se encarga de volver a la vida: está allí, rodeando a sus criaturas en una intensidad imperceptible a la mirada, pero atravesando con su filo el cuerpo de los personajes.
Este segundo libro de Larraquy, ilustrado por el diseñador argentino Diego Ontivero, nos introduce en el campo de la ectografía animal, imaginaria disciplina seudocientífica creada por Solpe en 1911, que permite registrar el ectoplasma de animales muertos en situaciones violentas o de extremo agotamiento. Crónica ex post facto narrada por un elusivo “nosotros” que sólo se cuela en uno de los capítulos, la novela nos acerca, en sus dos primeras partes, el relato de las actividades de la sociedad que, sin dejar de debatirse en las antinomias internas lideradas por los dos discípulos privilegiados de Solpe, procura dar continuidad a la herencia del maestro fundador. Cada uno de ellos evoca una mirada distinta, dos formas del devenir fracaso que no necesita ser nombrado en la Argentina de los estertores de la Década Infame y del ascenso y caída del peronismo (así es la historia en esta novela, aquello que no requiere de nombres para dejar su marca). La segunda mitad del libro da cuenta de los inicios de la ectografía, de la devoción a su causa por parte de Severo Solpe y de la incapacidad de este de percibir el entorno: el mundo se descompone a su alrededor, el golpe de Estado de 1930 sobrevuela como una fiesta ajena pero jamás como error, apenas como obstáculo a sus necesidades.
Creadas en íntima conjunción con la escritura, las imágenes de Ontivero participan de este festín con reminiscencias al arte Madí. Como reza su manifiesto de 1946, Madí “inventa y crea” en la búsqueda de la liberación de energía y el dominio del espacio y del tiempo. Tal es la suerte que quiere construirse para sí misma la ectografía: una eternidad fijada entre placas de cesio. Fantasía de progreso y modernidad, el artificio científico como acto de ruptura es el canto del cisne de la ectografía. Más cercanas a la Bauhaus son las imágenes que ilustran la cuarta parte de la novela: pesadilla opresiva en blanco y negro que se cierra, durante los últimos días del gobierno de Yrigoyen, con la última entrada del diario de Solpe. Es el recuerdo atormentado de su padre, que nos hace concluir que todos somos, a fin de cuentas, niños perseguidos por la disciplina: el juego de la ectografía ha terminado, para su creador, en un castigo silencioso.
Roque Larraquy y Diego Ontivero, Informe sobre ectoplasma animal, Eterna Cadencia, 2014, 88 págs.
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