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En Ingenuidad y fuga, el terror, la tortura y el exilio se convierten en los hitos que reordenan una vitalidad. La voz se adentra en la memoria para intentar encontrarse, pero el cuerpo hallado, antes que fantasmático, es impersonal, “como una madre fría”, y despojado de máscara, late en lo externo, en lo ajeno: “su beatitud reposa entre el tiempo de lo no ocurrido / y lo que ocurrirá”. No obstante, esta indeterminación permite una refundación, lejos de los nombres, en el ardor de lo que no tiene palabra.
La similitud hallada entre la subjetividad superviviente que indaga y la figura del topo que se celebra en “Ciruja” se torna central: “¡Bendigo mi ojo izquierdo! // El topo, / el bien habido. // El que no tocaron. / El que conservé. // Lo que él ve aún no me pertenece. Está en el túnel largo de lo que tal vez entenderé”. Porque, parafraseando al viejo topo de Marx, el poema irá hasta el núcleo más negro de lo sufrido para escuchar la permanencia del pulso: “Soy todo lo que está en mi celda, nadie me ha tocado”.
Por otra parte, la aventura tendrá una doble corroboración. La versión francesa que antecede a cada poema vendrá a testimoniar en otra clave que el encuentro ha ocurrido. Enfrentados, los versos en francés y español, en vez de actuar como versiones —valga la redundancia de la raíz “vers-”— se despliegan en imágenes gemelas. Sus ramas recorren las superficies del muro que las divide y se entrelazan al final, soñando alcanzar la altura en la que las lenguas se funden, gracias a una sonoridad y una morfología compartida en su origen romance.
De este modo, los poemas acontecen en los dos idiomas, no en su español fuente. Pueden leerse en orden alterado sin que se produzca impresión de pérdida. Más bien, hasta podría experimentarse lo contrario: “Mon butin de lumière / montre ses dents dorées. — Mi botín de luz / muestra sus dientes dorados”. Es que, precediendo a la española, la tonalidad francesa sumerge al lector en una manera de acercarse a lo real que enriquece y precisa la expresividad del poema: “Si seulement je pouvais partir en silence / comme les feuilles qui tombent. — Ojalá pudiese irme en silencio / como las hojas que caen”.
Ingenuidad y fuga parece proponernos que el ardor de lo que no tiene palabra resulta fruto del entrecruce de las lenguas. Un puro impulso, un puro manifestar devienen consecuencia de la fusión, y dentro del recuerdo, “el opio de la oscuridad ahoga las orillas”. Así, en su sonoridad volatilizada, la materia verbal nos brinda el tembloroso espacio de constatación de lo que ha sido y aún sigue siendo, aunque no podamos verlo.
Blanca Lema, Ingenuidad y fuga, edición bilingüe, traducción de Guillaume Contré, El Vendedor de Tierra, 2022, 96 págs.
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