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Como si se pudiera recobrar el tiempo perdido, o detenerse en esa fugaz sensación de dejarse ir en el paisaje, en lo que se vislumbra al costado del camino o en la fugacidad de un atardecer de verano o de invierno, pero sabiendo que no, que no se puede, escribe Carlos Surghi este libro.
Lo que cada poema señala, o mejor dicho rodea, es un punto finísimo por donde algo se escapa, pero ese algo, al mismo tiempo que se va, deja la filigrana que es el tiempo del poema, su aquí y ahora que se acompasa entre la percepción y la reflexión.
Son hilos muy delgados los versos, con espacios en blanco entre estrofas muy cortas, algunos dísticos o aun estrofas de un solo verso, con frases que entonces empiezan como encabalgadas pero adquieren una libertad que les permite considerarlas como unidades acoplables a distintas instancias sintácticas y semánticas, para dejar que se desprenda algo como un núcleo de sensación, o para propiciarlo o hacerlo advenir.
Hay una mirada que se detiene en el acontecimiento mínimo, hay también una voz que se duele de las pérdidas, de lo que se desvanece, hijo no nacido o matiz de rosado o zorro que se aleja entrevisto en el camino, pero también la certeza de una irradiación de la experiencia hacia un más allá que está en la poesía misma; construye, en sus palabras, “una metafísica del campo-adentro”. Los guiones entre palabras unen lo que está separado, crean algo nuevo, tanto como un ritmo sinuoso y encantador, que alterna la concreción de lo visual con la abstracción de un sustantivo o una fuga de sentido, e hilvana un vaivén de sentidos que también es un ritmo, al modo en que avanza, por ejemplo, la poesía en Arturo Carrera, y su “íntimo-real”. No es la realidad del sentimiento ni la intimidad en el paisaje, es otra cosa; es el volverse íntimo de un lenguaje que intenta tocar aquello que no puede ser sino interpretado, nunca aprehendido: lo real de una experiencia, ahora doblada en el poema. No sólo el “humo, el sueño, // la materia con la que todo está hecho”, sino también el ritmo que construye ese real, el campo y la mente en su dialéctica como “la cadena de estrellas / tonta serpentina de fuego / lo que trae la vida hacia esta orilla de la vida”. Así se da a la presencia insoslayable de lo que se presenta a quien observa con los sentidos y la mente abiertos: una vaca, loritas, iguanas, el grillo siempre, una presencia que no amerita posesión alguna: “No nos pertenece la noche / es arte de todo lo anterior / mímesis de un rapto que / trae el sonar del viento”.
No hay que saber nada, sólo hay que esfumarse hacia el espacio de revelaciones de la mente abierta a su exterioridad, que es el tiempo y su eterno retorno con variaciones, para dar lugar a un renacimiento, a un poema que diga de lo que huye, de la pérdida, del dolor, y recomience la aventura de intentar poner palabras. Porque la poesía es una orientación, siempre vital, y porque “la verdad es el poema”, ese espacio de emergencia para lo familiar y lo desconocido a la vez, la apertura total, “en el dormir de otra palabra / como ruta de vacaciones y / su-saber- verdad-mentira”, un saber único que llama a un lector atento a las florescencias de la vida, a su eterno retorno en la interpelación rítmica en la poesía.
Carlos Surghi, Invierno verano, Borde Perdido, 2023, 84 págs.
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