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En “Vera”, uno de los relatos imprescindibles de La ley de los espacios en blanco, Giorgio Pressburger narra la obsesión de un médico por una chica muda y epiléptica. Sumergido en el afán por romper el silencio de su paciente, el doctor Friedmann termina cargando con las consecuencias de un desasosiego que también es colectivo; el escenario ―la Hungría de posguerra― magnifica los ecos de una historia saturada de crímenes y fanatismo.
La apropiación sigue un derrotero similar, aunque en sentido contrario. Ya no se trata de romper el silencio, sino de aprender a escuchar lo que ese silencio tiene para decir. “Caty, Catalina, eras un monstruo”: así empieza la novela de Ignacio Apolo. En la aparente casualidad de ese pretérito imperfecto se condensa el germen de lo que será luego la trama entera. La apropiación es la historia de un tránsito que va del desconcierto y la repulsión al esfuerzo, siempre fallido, siempre atormentado, por encontrar alguna forma de reconciliación.
Julia, psicóloga y narradora de la trama, conoce a Caty, una niña sordomuda cuyos dibujos son la manifestación de un terror ahogado. En el medio aparecen Leo, el maestro de arte que le enseña clandestinamente el lenguaje de señas, y Gladys, la madre espeluznante de Caty, empeñada en mantener a su hija en el aislamiento tanto físico como simbólico de su discapacidad. La novela avanza a partir de la interacción de estos cuatro personajes, quienes, en un juego teatral que Apolo motoriza con oficio de dramaturgo, entran y salen de la escena con una insistencia que cuestiona la textura real de lo que acontece. Todo puede estar ocurriendo en varios planos, en uno o en ninguno. El lector sólo dispone de lo que Julia ve, escucha, siente, y en todo momento la novela se preocupa por señalar que no se trata de la perspectiva más confiable. Tal vez sea demasiado —Julia toma pastillas como si fueran confites—, pero de todos modos la ambigüedad se sostiene sin que el texto pierda ritmo ni tensión. Ayuda también el conocimiento que el autor tiene sobre el mundo de los sordos y los debates alrededor de sus problemáticas y metodologías de enseñanza.
La apropiación es un viaje de varios niveles. Viaje a la interioridad de los personajes, al psicoanálisis, a la necesidad de la integración de la diferencia, al lenguaje como puente indispensable a la individualidad. Hay un viaje a Córdoba y hay, además, un viaje al pasado. Julia relata a principios del siglo XXI lo que le ocurrió en 1997, aunque el origen de todo se remonta a los ochenta y los setenta, a Campo de Mayo, lugar que la novela revisita entre partos dificultosos, levantamientos militares y atrocidades varias de la última dictadura, casi como si se nos estuviera hablando de un tipo muy particular y doloroso de nacimiento, de una lenta recuperación de los sentidos, y del sordo aturdimiento que emerge cuando se mira hacia atrás.
Ignacio Apolo, La apropiación, Interzona, 2014, 304 págs.
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