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China es un legendario temor para occidente. “Cuando China despierte, el mundo temblará”, señaló Napoleón; un siglo después, algo similar parafraseó Mao. Pero sólo Pablo Baler ha imaginado su ominosa consecuencia: la burocracia mandarina. No mandarín, mandarina. No como el dialecto norte del imperio chino ancestral, no como los oficiales y burócratas que estudiaban a Confucio, sino como el dulce cítrico, como el color y los gajos que ilustran este original libro de cuentos. Pero así como Borges se adueñó de los laberintos y los tigres, para la literatura, Kafka es el patrón de cualquier burocracia. En varias piezas del libro, el aire de fábula kafkiana está presente. Pero la burocracia de Baler es menos cruel, más divertida. Es una burocracia que se empieza a confundir con “la comicidad del mundo”; o con esa materia que describe la vida cuando es “malgastada en esperanzas barrocas y ceremonias marginales”.
La burocracia mandarina es una colección de ficciones breves articuladas por una voz que impone para cada relato una latitud, un ámbito, distintos referentes, aunque un mismo estilo. Hay relatos de varias páginas (“Cita a ciegas”, “La incontable historia de Jane Stokes”), cuentos clásicos, y hay microrrelatos con espíritu haiku, como por ejemplo “Buda”. Cito el texto completo: “Buda se cortó las venas y se sentó, en posición de loto, a esperar”. Lo inconcluso, lo imperfecto, pero sobre todo lo caprichoso del mundo, es escrito en cada postal que Baler parece traer de sus excursiones literarias. Y está la invención. Como a Marcelo Cohen, como a César Aira, como a Elvio Gandolfo, a Pablo Baler le interesa tanto la plasticidad de la escritura como de los elementos a narrar.
El libro empieza con una oferta a modo de prólogo; una gama de premisas y promesas irrisorias; como si un presentador (Andrea Prodan, por ejemplo) dijera algunos disparates y ocurrencias delante del telón cerrado, que oculta a los Buzzcocks listos para tocar. La burocracia mandarina deja una impresión alegre, feliz. Saer decía: “la comedia es mejor, es más sutil, porque disimula las evidencias”. Hay algo de eso en el libro de Baler.
Y por último, está la poesía; la verdadera aspiración de todo buen relato. En el último, “El toque maestro II”, el escultor Fontana trabaja sobre un tronco de algarrobo, para homenajear al poeta Edelmiro Valles que ha pasado sin escribir los últimos treinta años. El busto queda abandonado, en algún rincón del taller. Mucho tiempo después, los herederos de Fontana encuentran sobre la cabeza de Valles el milagro: “desde el centro de un nudo en la madera, había brotado un tallo verde con dos hojitas tiernas y una inflorescencia de casi cuarenta flores en espiral”. Es otro sueño de Baler: un día el ejército de burócratas imperiales se transformará en un río de exquisitas mandarinas.
Pablo Baler, La burocracia mandarina, lumme, 2013, 124 págs.
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