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Mosquito parece tener claro que quien quiera escribir una narración dentro de un género determinado, en un contexto de producción diferente del original, no producirá más que una pálida copia si no adapta el texto a las nuevas coordenadas geográficas o culturales. Así, en La calambre ofrece una historia de vampiros del Conurbano bonaerense situada en 2003, a años luz de los seres elegantes y aristocráticos tradicionales. Como muchos en esos años, Larry y Mogul, los héroes, sobreviven juntando y vendiendo cartón. El poco dinero que consiguen les sirve para comprar morcillas y así evitar la calambre del título, que ataca a los vampiros mal alimentados. Quieren morcillas y no sangre fresca porque buscan reinsertarse, ser “como los demás”. Con sus límites: tampoco quieren comer perros y gatos “como hacen las personas”.
Sacándole partido al blanco y negro y usando sólo un par de tonos de gris, Mosquito despliega un universo gráfico a puro contraste, con personajes siempre reconocibles incluso cuando se los dibuja de manera sintética. Y en pocas páginas logra construir un mundo coherente, que toma los rasgos del género que le convienen y desecha otros (aquí los herederos de Drácula pueden ser perfectamente diurnos). Pero el relato de vampiros situado en la crisis post-2001 es más que un ejercicio de estilo. Mosquito utiliza a los protagonistas y a sus congéneres (y a sus antagonistas humanos, principalmente los policías corruptos de la división antivampiros) para explorar, como muchas de las historias que presentan personajes no humanos, los límites de la humanidad. Vampiros que quieren ser personas, en un contexto de deshumanización obligada para sobrevivir.
La calambre es una muy buena historieta, pero merece la pena discutir la elección editorial de adaptar el lenguaje al castellano peninsular, que juega en contra. Justo es decir que es una tradición española y no una opción particular, pero el efecto sigue siendo negativo. Resulta difícil pensar que un lector español actual necesite que le traduzcan una y otra vez “boludo” por “gilipollas”. Y teniendo en cuenta que al final se incluyen fichas sobre el mundo de ficción, podría haberse solucionado el problema de la eventual incomprensión agregando un glosario. La españolización del lenguaje, en un relato en el que la forma de hablar es coloquial y hace al mundo de la ficción, le quita riqueza al universo construido y priva a los lectores españoles de una porción del extrañamiento que forma parte de la singularidad de la obra. Pero esto no es culpa de Mosquito, que prueba que el río Reconquista les sienta tan bien a los vampiros como el Volga o el Mississippi.
Ángel Mosquito, La calambre, La Cúpula, 2013, 80 págs.
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