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La región del Guayrá, donde se fundaron las primeras misiones jesuíticas —una zona que actualmente se encuentra en territorio brasileño—, es el ámbito en el que transcurre La despoblación, novela luminosa, deslumbrante, de la escritora misionera Marina Closs. Con una lengua poética que evoca las narraciones legendarias, el oasis de ese pequeño país de vida húmeda toma forma ante el lector, un mundo entre mítico y utópico, en el que la exuberancia de la naturaleza es el marco del encuentro peculiar entre lenguajes, canciones y cosmovisiones frondosas y diversas. Si de creencias se trata, los distintos personajes encarnan posturas tan extremas como exóticas y alucinadas.
Místico e intenso, el jesuita Antonio Ruiz es acosado por visiones y sensaciones físicas que lo martirizan. Sólo lo alivia navegar hacia el santuario de Nuestra Señora del Pepirí, acompañado por un séquito de nadadores guaraníes. Más intelectual y terreno, su compañero Jesús Maceta lo admira y cuida amorosamente de él, mientras intenta encontrar una interpretación a las imágenes que brotan incesantes de la mente atormentada de Antonio. Los indios se acercan y les cuentan sus sueños para que ellos desentrañen su sentido. En cada relato de los guaraníes y en cada suceso de la naturaleza, los jesuitas buscan una interpretación religiosa, alguna clase de comprensión; los relatos de unos y otros se yuxtaponen, sin que unos lleguen a predominar sobre los otros. Frente a la autoridad de los religiosos, las viejas creencias persisten con fuerza, como el culto a los huesos de los antepasados, que Antonio se empeña en desterrar.
Un buen día, la armonía de la misión se verá trastocada a partir de la llegada de Overá, un guaraní que se considera Hijo de Dios. “Nací de un rayo de luz guardado nueve meses en un cántaro”, afirma Overá, convencido de ser “hermano menor de Jesús”, para escándalo de los religiosos. Este personaje curará enfermos con métodos estrafalarios y se hará llevar en andas por otro, en pleno ejercicio de su divinidad. Aunque intente someterse a las enseñanzas de Antonio, hay algo irreductible en él que lo hace cuestionar los preceptos que resultan ajenos a su cultura. Otros personajes refuerzan el sesgo mítico de la novela: la distante y nómade Anastasia Tatí, que dice haber sido una planta y enamora perdidamente a Overá, o la inquietante bruja Bei Jasmin, de padre portugués y madre tupí, que llega descolgándose de los árboles, vestida de ángel.
Las matanzas de los mamelucos brasileños, que avanzan sobre el Guayrá con la intención de esclavizar a los indios, impulsan a los religiosos a abandonar la reducción de San Ignacio en busca de tierras más seguras. Los cadáveres de los guaraníes muertos bajan por el río, sus flechas nada pueden contra las armas de fuego de los atacantes; Antonio se enfrentará entonces al dilema de usar la pólvora o dejarse vencer.
Con gran libertad, Marina Closs se apoya en ciertos personajes y hechos históricos pero logra evitar que esto ahogue la invención que resplandece en cada episodio y en cada personaje de esta novela. El humor y la ironía rondan los diálogos entre sacerdotes e indígenas, sus dudas e indagaciones filosóficas, y cada uno lleva al límite su propia lógica, un poco enigmática y delirante. Pero es la soltura de la prosa poética —la cadencia de las frases, la potencia de ciertas imágenes— la que sostiene ese mundo impalpable, maravillado, un mundo en el que todo parece creado por primera vez como en una cosmogonía viva, juguetona, recién alumbrada.
Marina Closs, La despoblación, Blatt & Ríos, 2022, 304 págs.
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