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En la Italia de 1914, el arquitecto y urbanista Antonio Sant’Elia escribe un volante que lleva por título Manifesto dell’Architettura Futurista; en este figura una proclama que revela las intenciones de su programa arquitectónico, programa que a su vez revela parcialmente la cosmovisión de los futuristas: “Las casas durarán menos que nosotros. Cada generación tendrá que fabricarse su propia ciudad. Esta constante renovación del ambiente arquitectónico contribuirá a la victoria del futurismo”.
De este soplo de aire futurista, es decir, de su impronta, se alimenta La destrucción de las casas, poemario de Manuela Elias Interlandi (Mendoza, 1998). Dos actitudes o elementos, llamémoslos “estructurales”, se imponen y dan forma a los poemas del libro: por un lado el fuego, por el otro la reconstrucción. El primer elemento —cargado de sentido revolucionario— se hace presente como marco posibilitador en el poema que lleva el título de la colección: “Todo arderá y yo me sumergiré en la profundidad de un océano / no miraré atrás, no seré una estatua de sal / derramaré la sangre que me brota del pecho en las acequias, y / regaré la tierra árida”; el segundo se asoma en “Esta es una propuesta optimista” luego del paso o el accionar del fuego, dejando una puerta abierta a un tipo de esperanza: “Dejémonos encontrar por el alba / Quiero ver el esqueleto de esta ciudad que ya no me atormenta / Mientras miro a las generaciones siguientes riéndose de cómo / bailamos”.
Es interesante analizar la idea de “destrucción” como postura para configurar una nueva “construcción”, o bien, para la “deconstrucción” (significante popular en estos días); siendo nuestro mundo contemporáneo uno en el que constantemente se están construyendo cosas (nuevos dispositivos electrónicos, tipos de vida, formas de la felicidad), ir a contrapelo puede ser una opción tentadora. Elias Interlandi busca condensar en un par de versos la fragilidad de lo vivo ante el advenimiento/primacía de lo sintético: “En este mundo de plástico / es tan frágil vivir”, y en “Destrucción total de mis emociones” da cuenta de sus preocupaciones en torno a la aceleración que marca el pulso de lo conocido, revisitando los malestares del presente: “¿Cuál es la velocidad del desamor? ¿Cuál es la velocidad del tiempo? […] ¿Cuál es la velocidad de la velocidad?”.
Lo último —pero no menos importante— que habría que rescatar en el programa de destrucción de las casas que propone la autora son las ilustraciones de Luciana Orozco que acompañan los versos como un soporte figurativo que permite extender lo dicho a otro plano, uno que se encuentra cerca del manifiesto de Sant’Elia y su mandato: uno en el que cada uno de nosotros pueda fabricar su propia ciudad.
Manuela Elias Interlandi, La destrucción de las casas, ilustraciones de Luciana Orozco, edición de autor, 2017, 32 págs.
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