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Cuánto monstruo en La masacre de Reed College: amigos y amores monstruos, huéspedes y anfitriones monstruos, vivos y no-muertos monstruos. Cuántas encarnaciones de la monstruosidad: el sistema universitario desesperadamente multicultural, la lógica flexibilizada del trabajo en call centers y en la enseñanza de español para extranjeros, la preparación para la instrucción de yoga. Cuántas concepciones del monstruo: reflexiones estudiadamente académicas, chistes en torno de la deformidad, operaciones de difamación, alegatos nihilistas o exhibidos en su pretendida iluminación. Y cuántas acciones monstruosas: no pocos asesinatos, dos o tres humillaciones públicas, una masacre.
Ejecutado por muchos de los nombres ilustres de la literatura argentina, el uso desviado de géneros “menores” podría considerarse ya una tradición entre nosotros. En ese sentido, La masacre de Reed College es y no es una novela de terror. Y, cuando se dedica a ello, su viaje se detiene en todas las escalas que salen al paso: desde el homicida escondido en cualquier mortal sometido a lo más desquiciado de las reglas sociales hasta el ente sobrenatural que acompaña a la humanidad desde sus orígenes; según el retrato realista que busca (y no termina de encontrar) las causas de la violencia contemporánea, pero también de acuerdo con el vuelo romántico (o grotesco) de la literatura gótica. Lo hace a través de saltos entre el género y el no-género, sin detenerse a justificar su discurrir precipitado ni evitar la puesta en escena de su propio material, por ejemplo cuando uno de los protagonistas exige, bajo amenaza de muerte, bibliografía sobre monstruos a una bibliotecaria aterrada. En esa búsqueda, la escritura de Montes Vera no puede ni quiere esquivar cierta conciencia metanarrativa, que exhibe a veces irónica las normas de construcción de un género, pero tampoco elude el volverse monstruosa ella misma, en el camino de una informidad que la lleva a abandonar por momentos sus propias líneas argumentales.
La masacre de Reed College obtuvo el Premio Dakota de Novela. Los jurados fueron Pola Oloixarac, Oliverio Coelho y Romina Paula. No es extraño que la novela haya sido premiada por ese jurado. Con la primera comparte el gusto por la construcción ficcional apoyada en la proliferación de discursos teóricos parodiados con veneración; con el segundo, distante en sus exploraciones estilísticas, la deriva de un mundo poblado de monstruos y monstruosidades. Resulta más difícil encontrar puentes hacia la obra de Romina Paula. Tal vez la haya atraído su manera de encadenar vidas de jóvenes reunidos por gustos y gestos intempestivos, como nos pasa ahora a otros, que disfrutamos su recorrido por diversos géneros aunque sintamos aquí y allá un cierto desequilibrio en el trabajo con sus materiales, en la minuciosidad que guardan unas y no otras de sus páginas. Y continuamos hasta el final porque, apenas empezada la novela, sabemos ya que no intenta sólo desarrollar un muestrario variado o contar una buena historia, que habrá gozo por el cinismo pero también por el humor, por el retrato de las maquinarias sociales que nos engullen, pero también por la invención de prodigios y esperpentos de fantasía.
Fernando Montes Vera, La masacre de Reed College, Dakota editora, 2013, 232 págs.
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