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A los prólogos de Jorge Luis Borges (en la edición póstuma de 1961) y de Horacio Salas (en 2004) se suma el de Julián Fava, que reflexiona —con Hobbes, Hegel y Bataille— en torno a esa herida de muerte que es la vida misma. La muerte y su traje es el único libro que escribió Santiago Dabove, amigo personal de Macedonio Fernández y de Borges. Poemas, cuentos y relatos breves componen una serie de tratamientos de la muerte donde el humor, la fantasía y el horror conviven sin tropiezos. Leyendo los versos de “Dentista glorioso” nos encontramos con una fórmula que usa Borges en un verso de “El suicida”. Vale la pena consignar el poema de Dabove: “Dios mío, Dentista glorioso, / sácame de la vida, sin dolor. / Puesto que has colocado, el diente que triza, / y ya que es más fácil, quitar que poner: / sácame la Vida, Dentista glorioso, / sin dolor… y olvida, / la avidez impasible, / del que llevó a su boca / tanta carne sajada / y ensangrentada. / Alguien vio el ojo triste / del cordero que muere. / Ved pues transformarse / en carne de dolor, / en carne “en tránsito”… / Mansa dulzura de triscar, plácido placer, e… / inocente desear. / Esperanza impaciente / del último poniente, / que ha de halar y fijar / ese mover sangriento del diente”. El “último poniente”: crepúsculo del suicida borgeano cuyo cielo es el mismo del que nos arranca el Dentista glorioso de Dabove, haciendo de la vida un diente flojo, una muela putrefacta. Arráncame la vida de un tirón, dice el bolero de Agustín Lara (que, como Dabove y Borges, nació a fines del siglo XIX).
La actualidad de Dabove (anagrama de “bóveda”) se pone de manifiesto en la multiplicidad de representaciones de la muerte y del muerto que vive, desde el furor zombi hasta el último disco de David Bowie. Explorar la propia defunción es imposible: decir “estoy muerto” pone de cabeza a la lógica clásica de la que el lenguaje, a veces, depende. Sin embargo, la resucitación es uno de los vicios de Occidente. Entre los cuentos de Dabove encontramos “La muerte del perrito”, un relato en el que un perro regresa a la vida tras haber sido decapitado. La primera frase dice: “Distraídos conversábamos cuando nuestra hermana puso sobre la mesa de té, la cabeza de nuestro perrito”. Luego de atornillarle la cabeza al cuerpo y colocarle unos cartones y un pañuelo como sostén, “continuó su vida confusa, andando en círculo”. Si la vida es insuficiente, pura sentencia de muerte, es también abundante en inútiles aunque heroicas resurrecciones: “Al fin caminó arrastrándose y, antes de detenerse para siempre, me lamió la mano. Mi hermano y algunos chicos lloraban”.
En un poema sobre el Cristo muerto de Holbein (cuerpo inerte extendido boca arriba, los ojos abiertos), Dabove se detiene ante ese cadáver terrenal, desnudo. ¿Y el traje de la muerte que anuncia el título del libro? El vestuario es un modo del simulacro, un disfraz, una máscara de carnaval. Como el espantapájaros, la muerte es un esquema humano, sufriente. Dos palos en cruz, cubiertos de harapos. Cristo en la cruz, el más célebre espantapájaros de todos los tiempos.
Santiago Dabove, La muerte y su traje, Las Cuarenta, 2015, 192 págs.
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