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Una plaza, un amor, pueden indicar un lugar de encuentro, una felicidad. O no. Acá una mirada no banal se acerca a una manifestación, a una pareja. El dispositivo que intenta captar lo que allí tiene o no lugar no responde a las formas planas de una foto publicitaria, sino a las modulaciones de una voz poética. Y esa voz no enhebra certezas, eslóganes, sino dudas, preguntas. Es la escena de La plaza, de Celeste Diéguez, un poema largo —o varios poemas cortos— que componen una plaquette. Se podría describir así: una pareja va a la plaza a manifestar unas convicciones políticas, a pasar una tarde juntos. Bajo la superficie de noticia, el entredós de la política y de la pareja diseña una tensión irreductible entre dos formas divergentes de ver el mundo: “Un hombre necesita acumular fechas, saberes / conocimiento periodizado / (…) / qué embole”.
Desde los títulos, que están en itálicas y puntúan los poemas como un ritornelo con variaciones, se marca el avance de lo que se desarma. Se trata de la imposibilidad de un encuentro, debido a las posiciones que cada personaje asume sin saberlo, pero también a que el lenguaje, en esos dos ámbitos, se revela como instrumento del goce de cada cual, o como medio de ejercicio de un poder, nunca de comunicación. Monólogo masculino que intenta explicar el mundo como protocolo de virilidad, monólogo interior femenino como discurso indirecto libre. Ante esa pared, queda una experiencia a flor de piel. “Vos / dándome cátedra sobre la política nacional / con disimulado aire paternalista / yo / encendiendo un cigarrillo para no encender la molotov que llevo dentro”.
Las experiencias por antonomasia son lo político y el amor. Diéguez cruza con ironía esos dos grandes campos que parecían dividir aguas con su distribución genérica: los hombres hablan de política, las mujeres hablan de amor. Pone a rodar dos operaciones: la imaginación diseña la escena y el uso de conceptos políticos los ubica en un nuevo contexto. Así, la “grieta” es la que se abre entre un hombre y una mujer, y lo ideológico se deshace en la rotundidad de los cuerpos como presencia política: “Ese potencial flamea por encima de las cabezas de todos, / la belleza de miles de deseos condensados / es la fuerza de acción de una plaza llena”. Si lo político es acá pretexto para el paternalismo expuesto sin rodeos, la demanda desde el deseo femenino anuncia un nuevo modo de ver las cosas, enuncia “otra política”, en tiempos de posverdad. En el uso poético por oposición al político, el “yo” del poema puntúa con precisión las impasses de la ideología y del amor en los tiempos que corren. “Creímos que estábamos haciendo algo distinto / pero solo reproducíamos, reproducíamos / un chico explicándole el mundo a una chica / discursos ajenos posándose sobre nosotros como una sábana / que flota un momento antes de cubrir la cama”.
Celeste Diéguez, con un manejo sumamente consciente de los medios y de los discursos, hace un uso humorístico y crítico del lenguaje para manifestar su disconformidad fundamental con la política y el amor que nos toca vivir. Recontextualiza los conceptos de la teoría, los echa a rodar en situaciones cotidianas, los pone en crisis y remata cada estrofa con un verso inesperado que sorprende y obliga a releer todo. Hace reír, hace pensar y también llama a nuestro deseo: ir más allá, hacia un nuevo modo de estar, en la pareja y en lo político, en este tiempo nuestro.
“El tema acá es no caer en lo mismo / sin ni siquiera darnos cuenta”.
Celeste Diéguez, La plaza, plaquette, Malisia Editorial, 2017.
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