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Conocí a Mariano Blatt en una caminata por una ciudad latinoamericana que pisábamos por primera vez por razones que no vienen a cuento. Lloviznaba y buscábamos tesoros en librerías de usados, paraba de llover y hablábamos de poesía. Siempre me habían encantado sus poemas y se lo dije. Le pregunté si preparaba algo nuevo. Me contó que no escribía desde hacía un tiempo. Después de sus textos anafóricos, sexuales, futbolísticos y llamativos, reunidos en Mi juventud unida (Mansalva, 2015; Blatt & Ríos, 2020) estaba viendo cómo seguir y, tal como lo describía atinadamente el título, buscaba cómo escribir los poemas que vendrían después de esa pulsante juventud, reunida en un volumen.
Este recuerdo quedó enterrado entre miles de palabras y de arena hasta que hace unos días tuve entre mis manos su nuevo libro, La puertita de alambre, editado por Caballo Negro, y la charla volvió nítida ante mis ojos, con pátina de lluvia y todo. Es cierto que la poesía está muy ligada a la mirada de una edad, ¿cómo mirar el mundo desde un nuevo ángulo? Entonces pensé si esa pregunta estaría retomada acá. Y cómo.
Lo primero que se agradece es que estos textos surgen de la mera pulsión de escribir, son textos variados, poemas con formas y estructuras diversas: algunos breves, sentenciosos y humorísticos, otros visualmente angostos que podrían ser rapeados, algunos sin título, otros puro título, algunos con una opinión bien plantada, otros que desarman el yo poético; hay un mapa, hay una carta, hay una foto, hay una imagen mental al despertar, hay un enojo con los escritores y escritoras que sólo ponen las palabras “una / al lado de la / otra”, hay uno en prosa que es como una postal y habla de una postal. Uno de los más lindos dice: “Amo el correo / me gustaría trabajar en el correo // Amo las postales / me gustaría trabajar en las postales […] Amo las antigüedades / me gustaría trabajar en el pasado”.
Blatt escribe como un modo de jugar con la lengua, sin proyecto ni proyección, sin solemnidad ni posteridad. Hay algo de la espontaneidad, del juego y de la variedad de materiales que entran en el poema, que son el poema, que sigue intacto desde sus primeros textos. En oposición a esos libros que ponen por encima “la idea”, “la serie” y terminan albergando poemas irregulares, que tienen sentido sólo porque cumplen con la consigna preadjudicada, en este libro cada uno se sostiene por sí mismo, busca su propia forma y la encuentra en un acto orgánico, al poetizar, al avanzar.
Por momentos parece como si dejara volar el autocorrector del chat, del Word o el autocorrector mental: no usa la palabra obvia sino la que viene impuesta por el corrector, o la palabra de al lado, o parte la palabra en dos, la multiplica y las referencias se ramifican, enloquecidas. “Escribió / una bio / grafía / o una bio / energética/ o una bio / agricultura / justa / No explotó / agricultores en Guatemala / […] para tomar su café / Pero viajó / en avión y no / volvió / voló / subió / ni bajó. / Fue / simple y mente / fue / y siguió / yendo / hasta que / llegó / a llegar y en llegar preguntó”. Esto acontece, por ejemplo, en “La frase injusta”, un poema largo y bello, en el que alguien no para de moverse, de vencer, de fracasar, de jugar. Y ese devenir vital es tan profundamente humano, ese segundo que pasa entre sentirse en los laureles y quedarse sin palabras es tan hermoso y tan fácil de empatizar: todos tuvimos un minuto de fama y todos también nos quedamos vacíos.
¿Y habla de la edad en estos poemas?, ¿del tiempo?, ¿mira, finalmente, con otros ojos? Sí. El yo poético tiene un pasado, es “un viejo de Urquiza”, “un nostálgico perdido / melancólico empedernido” que ve pasar el tiempo y añora una época, pero no necesariamente la suya, como buen melancólico extraña incluso tiempos que nunca vivió. Sabe que todo lo que existe, todo lo que lo rodea y conoce se va a perder y entonces pide, como una plegaria, “Ay, por favor / revolquémonos en todo lo que conocemos / antes de que se pierda / en el abismo del tiempo que pasa”. Y así, con este pedido, llegamos al poema que cierra el libro, que por supuesto es un juego, un poema abecedario, sexual y tierno, porque el sexo y la ternura —afortunadamente— no tienen edad.
Mariano Blatt, La puertita de alambre, Caballo Negro, 2024, 82 págs.
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