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¿Tiene un origen la publicidad de lo íntimo que el capitalismo virtual contemporáneo nos propone y a la vez nos extrae? Ese germen quizás podamos encontrarlo en el suceso fantástico que imagina La telepatía nacional, tercera novela de Roque Larraquy. En septiembre de 1933, con los ecos del positivismo detrás, Amado Dam importa un grupo de indígenas comprado en la Amazonia peruana para armar un parque temático de razas humanas; sin embargo, una traba burocrática demora el proyecto. En el intervalo, un canal telepático se abre entre el aristócrata y una de las indias cautivas, una comunicación horizontal y recíproca en la que cada uno escucha el lenguaje del otro y lo comprende por encima de las diferencias lingüísticas. Oyen las capas históricas de significados y tradiciones que las palabras acumulan: “Esa fue la información que me dio el sonido de la palabra plegado”, concluye Dam, luego de traducir al discurso el cúmulo de sensaciones a las que tiene acceso. El parque, relegado, deriva en investigación científica y posterior establecimiento de un código y un protocolo para el enlace telepático. Primera parte: ficción, imaginación fantástica a la Lugones, Quiroga, Cortázar, Bioy.
El contacto horizontal, surgido por azar durante los años treinta, cambia de objetivo al pasar a manos del Estado y se impone ahora verticalmente al crearse una “Comisión de Telepatía Nacional”. En la segunda parte, la novela agrega a su trama cuatro anexos que incorporan lo histórico-documental. A los informes internos de la Comisión se suman las voces de Perón y Aramburu, quienes se disputan la “trama predicativa”, es decir, el poder de enunciación pública. Sólo que si Perón se ocupa hasta de la arquitectura como posible camino del lenguaje y promueve, mediante una resolución administrativa, la construcción del edificio Atlas —posterior sede del organismo—, Aramburu pretende anular todas las cadenas discursivas y deja su huella sobre el decreto 4161/56 —que el autor incorpora textual— por el cual se prohíbe pronunciar cualquier variante de la palabra “peronismo”.
Larraquy expone el espesor de los sistemas burocráticos y de los relatos. Así como la interpretación y el uso de los recursos públicos varían según quienes los administran (como se evidencia en las diferentes voces públicas en primera persona de los anexos), también el contenido y la forma de lo que se cuenta difieren según el narrador: cuando el secretario de Dam asume la primera persona en el primer capítulo, el episodio telepático vivido desde afuera, como testigo, no se comprende y parece un disparate; tendrá que volver a narrarlo Amado Dam en el segundo capítulo, como protagonista y desde adentro, para que la telepatía se vuelva verosímil.
Entre lo privado y lo público, la mente y el cuerpo, la ciudad y la selva, la ficción y el documento, esta novela cientificista piensa y discute las políticas de la comunicación y los modos de acceder a lo íntimo. Lo hace atravesando con lo fantástico la tradición política de la literatura argentina, y así renueva sus formas de abordaje.
Roque Larraquy, La telepatía nacional, Eterna Cadencia, 2020, 144 págs
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