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Las amigas

Aurora Venturini

LITERATURA ARGENTINA

Yuna López ya no es la joven que en Las primas (2007) se disculpaba con lxs lectorxs por sus problemas de puntuación. Aunque no consulta más el diccionario, porque ahora es una vieja descarada y no le interesa perder el tiempo con comas o puntos, es una mujer viajada, una mujer de la cultura, es casi una de lxs “argentinos de París”. Yuna, que no es escritora (como aclara incansablemente, no nos confundamos; Yuna es pintora y de escritura no sabe nada), intercala en su monólogo la lectura de poemas de Pizarnik, de los cantos de Lautréamont o los recuerdos de algún teatro francés. Pero Yuna no es una argentina de París: es una argentina de Tolosa. En Las primas apenas si había leído las páginas de algunas revistas. Su “media lengua” —expresión que usa para nombrar el habla rústica de su empleada Antonella— era inocente, fresca, insumisa pero también respetuosa de la palabra escrita. En Las amigas, segunda novela de la serie, ya es la pintora y autora que, como ella misma da por sentado, hemos visto y leído. Una celebridad.

En las dos novelas de su autoría Yuna López firma Yuna Riglos, igual que firma sus pinturas. Es el nombre intrigante, de artista, que un día le puso el infame profesor Juan. Yuna desconoce las teorías que atraviesan y se yerguen sobre la categoría de “autor”, pero admite que a esta altura la leemos por su nombre y que adoptó Riglos “por conveniencia tirando por la ventana de la casa de mi existencia el vulgar”. El vulgar apellido López, un linaje a la vez anónimo (porque ¿cuántos son, si no infinitos, lxs López en Argentina?) y oscuro, el nombre de un “estropicio social”.

La lengua de Yuna es la misma pero cambiada. Más veloz, más entrenada en los saberes del mundo, más cansada de hacerse entender. Como en su novela anterior, escucha, reproduce y pinta las historias de otras: de su vieja amiga Matilde, de las lesbianas Flavia y Fulvia, de Antonella. Si en Las primas nos movemos por el mundillo de la tía Ingracia, la prima Petra, la madre desgraciada, la hermana tullida, los violadores y sus miembros mutilados en venganza, Las amigas retrata a una Yuna sin López, volcada al deseo hecho soledad y pintura. “Yuna liberada”, dice al respecto la narradora: borrado el nombre familiar, lo único que queda es borrar o someter al olvido los nuevos dramas ajenos que todo el tiempo parecen perseguirla. Por eso las amigas (“la amistad bla bla bla y las mujeres siempre es mejor que entre ellas bla bla bla”, se burla Yuna) son la afirmación de una moraleja ya conocida: se está mejor sola.

Pero, aclara la narradora, “el egoísmo lo aprendí entre la gente civilizada”. Entre esa gente civilizada, sus aventuras teosóficas con una tal Madame Blankblaski (ocurrente imitación de Blavatski) y los encuentros con Carlos Menem y Alain Delon ciertamente destacan. Aunque el ex presidente le besa el cachete y le dice unas galanterías que la hacen sonrojar, aunque el actor pregunta en la mesa compartida por “la sudamericana”, Yuna prácticamente no tiene deseo sexual. Nunca escuchó, dice, “el llamado de aquello que en la infancia decíamos cotorra”. Mejor para ella, piensa: en todas las historias que escuchó, los hombres (como las amigas, como la familia) son sinónimo del mal.

 

Aurora Venturini, Las amigas, Tusquets, 2020, 192 págs.

24 Dic, 2020
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