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Las malas, la primera novela de Camila Sosa Villada (escritora, poeta, actriz y dramaturga trans), es una caja de Pandora que tiene dentro fundamentalmente dos cosas: fuegos artificiales y gasas para curar las heridas. El género confesional es aquí sólo una sombra herida; está desarticulado y vuelto a armar, casi como un sobreviviente de sí mismo, bajo la luz de un nuevo mapa que se entiende sólo sobre la base de un binomio poderoso, ético y estético: la fiesta y la furia.
La voz de Sosa Villada no es nueva en el escenario cultural argentino, como lo atestiguan todas sus obras. Pero tiene una habilidad inusual: su potencia de insubordinación —su registro telúrico— hace que irrumpa cada vez como si fuese la primera. Bien podría trazarse un hilo doble dentro de su poética; un hilo de sangre y un hilo de caos. Hay en la fragmentación del discurso, en la tensión ejercida sobre la insuficiencia de la palabra, un caos carnal, lacerado. Un caos que gotea un rojo rosáceo como si fueran pistas en el camino de traducir esa voz de las entrañas al lenguaje prosaico de lo humano. Ella misma ha señalado que su primer acto de travestismo fue la escritura; he allí la clave hermenéutica de entrada al salón de fiestas de su oficio mágico. Un salón ubicado en la periferia de todo, decorado con plumas de pavos reales y garras de lobizonas, cuyas dimensiones permanecen desdibujadas porque son la cartografía onírica de un territorio al que se entra sólo con invitación. “Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo”.
Las malas reluce en un fulgor implacable que pugna por salirse del propio texto en forma de brasa que quema y alerta; el yo de su narrativa es un manifiesto íntimo que de manera constante da a luz una verdad tras otra. Son verdades en su irrupción de acontecimiento y, como tales, dinamitan la necesidad del verosímil, nos liberan de toda comprobación. En el exceso narrativo, es la imaginación la que ordena los fragmentos soñándolos, trayéndolos al ser mediante una operación literaria llena de coraje: el campo semántico de la maternidad estalla por todos lados y hace nacer esquirlas de vida en cada página. “Yo no soy menos tu madre por no tener entre las piernas una herida abierta”. La voz del deseo, anudada a todas las líneas geográficas y temporales del texto, es de este modo tanto una reivindicación como una táctica; “Para castigarnos dicen: no las desearán”, pero “Nuestra patria es nuestro cuerpo”.
El registro narrativo sintetiza, aquí, el yo poético y el yo dramático. Da un salto estético profundo para generar una voz al mismo tiempo nueva y ancestral, incardinada en un linaje superviviente en el sentido exacto del término: celebratorio y furioso. Una voz de las que faltan porque no hay sustitución posible del sujeto poético. Ni del político.
Camila Sosa Villada, Las malas, Tusquets, 2019, 224 págs.
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