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Como Atlantis, Lemuria es un continente perdido en el océano. Sus habitantes no sólo han alcanzado un alto desarrollo tecnológico sino que, por ser los primeros humanos sobre la tierra, la fraternidad ha sido allí un hecho y no un valor…
Las teorías sobre continentes perdidos seducen a muchos en este tiempo en el que los vínculos sociales oscilan violentamente entre el repliegue y la apertura, entre la mezquindad y el desprendimiento. La novela de Vignoli da cuenta de la sociedad que hemos construido, en las antípodas de todas las utopías, una sociedad en la cual lo único espontáneo es el miedo y la violencia.
La situación inicial es simple y acaso mínima: el gato de la narradora escapa hacia una terraza de difícil acceso y no da indicios de querer/poder regresar. Pero la protagonista no se resigna a “dejarlo ir” e inicia una serie de intentos, a cuál más enrevesado, para recuperarlo. Las sucesivas vueltas de tuerca que exige la operación no son el resultado de un ingenio barroco, sino de los múltiples obstáculos interpuestos por un vecindario definido por la desconfianza que, consecuentemente, responde con hostilidad.
La novela está dividida en tres partes que van de la anécdota al mito, al encuentro de un mundo inexistente, pero aun así perdido. Lemuria tiene su origen en una serie de posteos realizados por Vignoli en Facebook, muchos de los cuales luego fueron publicados en Rosario/12 y en la revista REA. De ahí que se trate menos de una novela que de una postulación novelesca, un texto que busca su género, una suerte de diario privado y público, tornadizo, que rastrea al mismo tiempo los géneros en los que se escribe la realidad (“Esto es en realidad una novela inglesa”; “Este relato cambia nuevamente de género literario y ahora se vuelve bíblico”). El cuento de hadas, el terror, la novela detectivesca, el mito. La condición inenarrable de lo real obliga a moldearla con estructuras literarias, nunca del todo precisas, pero que aportan al menos lógicas interpretativas ordenadoras. El mismo género “posteo” propone una proliferación de detalles y asociaciones que, en el espacio de una “entrada”, convoca múltiples universos culturales que van de las lenguas clásicas al pop. Eso vuelve a Lemuria un texto inabarcable en su relativa brevedad, porque la riqueza textual de cada ¿capítulo? ¿sección? exige una lectura que simultáneamente se cierre sobre cada texto y se abra a una biblioteca universal, al tiempo que propone una continuidad, una periodicidad distinta de la lectura novelesca, más subjetiva y reposada. La decisión editorial de optimizar el espacio físico acaso no acompañe el despliegue de una apuesta literaria que se organiza en verdaderas postas.
Lemuria cruza permanentemente los límites de la ficción y transmite el estado crispado de una realidad que hace de la adversidad su base retórica. Un texto bello y sorprendente que funda, como sin proponérselo, el continente fantástico que anhela.
Beatriz Vignoli, Lemuria, Mansalva, 2022, 112 págs.
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