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Es en el oficio de la conservación donde se alcanza un cuidado íntimo y material de aquello que queremos preservar, guardando de los objetos su particularidad, la clave para su supervivencia. Algo así ocurre con la escritura de Mariana Spada, como si escribir fuese similar al trabajo de taxidermista que, con cuidado y paciencia, selecciona y disecciona para conservar, recreando la escena arcaica y arbitraria de la memoria. Ley de conservación, primer libro de esta poeta de Entre Ríos, editado por Gog & Magog, funciona como un diorama valioso y vital, epidérmico, en el que el trabajo poético con el cuerpo y su materialidad, ese ecosistema donde genealogía y tradición colisionan, resulta en el curtido de una voz inaugural potente, que trae nuevas formas de narrar una vida.
Hay una mirada que se detiene en detalles como los pensaba Ezra Pound, “detalles luminosos”, aquellos que son capaces de revelar un orden de cosas, una verdad determinada. Así, sentir el golpe del arma en el hombro cuando se cazan aves silvestres, remar sobre el perfil tornasolado de los peces, el vuelo de una abeja o el resto de cáscaras de fruta sobre el plato son detalles que pueden descubrir complicidades, miedos, desamor, frustración o erotismo: “Ningún cuenco para ninguna sed: / el deseo es una abeja / que cuando quiere acordarse / ya dejó la mejor parte / del abdomen / en su tarea”. De esta forma, y como si se tratara de construir poéticamente un nuevo saber, hay una especie de arqueología que basa el conocimiento en las epifanías siempre huidizas de lo cotidiano: “Aprendimos que el reflejo / desviado de nuestros cuerpos puede ser el / principio de un saber más concreto. Tenemos / todo por hacer, y la voluntad de no llevarlo / a cabo”.
En este sentido, la centralidad del cuerpo, en toda su materialidad, también implica la construcción de un saber novedoso que cuestiona los ritos del género, el peso de la tradición o la universalidad de la ciencia. El cuerpo poético, terreno que gana la propia voz a la lengua represiva, es ese territorio que se rebela completo de potencias e intensidades; la posibilidad de escribirse o inscribirse en otra genealogía: “Irse a pique, llevada por la misma / fuerza que reclama dominio sobre ella, / sobre tu padre, sobre el polvo / de todos los caminos, sobre el sol / y lo que reste de las últimas / estrellas”. Frente a lo ganado de la propia experiencia e identidad, sin embargo, nunca se pierde una actitud atenta y alerta, que busca preservarse en el cuidado constante: “mientras un ojo sueña / otro controla al cuerpo / o lo que ande rondando el cuerpo / tanto en tierra como en el vuelo / —pero el lado ausente es vulnerable / y no hay lugar para el descuido / en la quimera”.
La elección del léxico que hace Spada también contribuye a la apertura de ese territorio novedoso de enunciación. Un léxico caudaloso como el paisaje fluvial de la infancia, que trae formas de decir del pasado ajustándose a la experiencia del presente. En esa conjunción se producen nuevos sentidos, potenciados además por la precisión del corte de los versos y el uso creativo de las sangrías y títulos, que desautomatizan el sentido común y reponen la voz de otrxs, muchas veces logrando un efecto coral y performático: “¿y te vas a poner mucho / más /poco? / por vos misma / qué bueno que / no tuviste que / pasar nunca por / ¡ponete mucho! / eso”.
Por último, el uso propio de la de la ley de conservación, “ante la que toda materia se inclina”, funciona en la poética de Spada como un mecanismo de cuidado y cultivo de una sensibilidad lúcida y amorosa hacia los detalles “luminosos” que son, al fin y al cabo, los que componen la arqueología vital de una historia de vida.
Mariana Spada, Ley de conservación, Gog & Magog, 2019, 80 págs.
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