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Algunos cuentistas que empezaron a escribir en los años noventa tienen por Martín Rejtman el mismo tipo de admiración reverencial que los de la década del sesenta tuvieron en su momento por Cortázar. Los primeros, sin embargo, debieron afrontar un desafío mucho más dificultoso para evitar la copia trucha, porque si en la espumante estela cortazariana más de uno pudo disimularse a fuerza de parábolas políticas o esquinamientos fantásticos, los que fueron tras Rejtman comprobaron rápido que su poderosa abstracción y su gélido minimalismo eran pura y sencillamente inimitables. Cualquier intento por volver a contar historias desde ese registro podía ser fácilmente detectado, en especial (y esto no es un detalle menor) porque la diversificación mediática demostró sobradamente cuánto habían bebido tantos creadores (en especial los del por aquel entonces llamado “nuevo cine argentino”) de la literatura del autor de Rapado. Romani conoce (y lidia con) esa herencia. Sus cuentos son breves y eficaces casi como resultado del tironeo generacional que se mencionaba antes. La herencia rejtmaniana está ahí —demasiado evidente en dos o tres de los relatos—, pero las historias respiran mejor cuando la voz narradora se hace cargo de los hechos, prescindiendo del objetivismo y agregando capas de realidad a un mundo que bordea un tipo muy especial de absurdo. Relaciones truncas antes de empezar, pequeños cataclismos de la cotidianidad o los picos siniestros de alguna realidad paralela o enterrada son los materiales. Las formas, contrariamente a lo que podría demandar, a priori, la anécdota en cuestión, tienen una espontaneidad y un desparpajo que espantan los referentes más obvios —el par de cuentos que rozan los modos de la “serie negra” son un claro ejemplo de esto— y descolocan la lectura, provocando un raro efecto de ironía y fatalidad. Si la colección “Laura Palmer no ha muerto” se ha caracterizado por algo, es justamente por abrir este tipo de huecos en la continuidad de la literatura argentina más joven, pasadizos generacionales por donde van y vienen procedimientos nuevos, experimentos osados e influencias rotas y vueltas a armar de las maneras más inesperadas. Los blindados aporta lo suyo y es de esperar que su autor siga haciéndolo.
Leonardo Romani, Los blindados, Gárgola, 2015, 120 págs.
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