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Los poemas de Boy Fracassa componen un libro extraño: un prefacio escrito por el traductor, veinticuatro poemas de un tal Boy Fracassa (ya habían aparecido cinco bajo este nombre en el libro anterior de Casas), un postfacio de Fabián Casas, una contratapa de Adrián Dárgelos, una foto en la tapa de Casas con pelo largo en medio de la selva. Casas nos cuenta la historia de un poeta nacido en Estados Unidos, que participó del Black Mountain, amigo y compañero de Robert Creely, y que, por la persecución macartista, abandona su país y recala con los tupamaros en Uruguay. Más tarde, se adentra en la selva amazónica para vivir en una comunidad devota del Santo Daime, hasta que un día se evapora en medio de una meditación de diez días. Junto a un árbol encontró un cuaderno con poemas escritos en portuñol, una lengua que, según el autor, le permitía escapar del sentido común de su inglés nativo. El libro se llamaba The Sertón y estos son los poemas, escritos en prosa, pero escandidos con barras.
Son poemas breves, casi anotaciones algunos, al estilo del poema de las ciruelas de Williams, se podría decir, pero atravesados por diversos subgéneros, desde la reflexión filosófica, el diario de campaña, la observación, la nota crítica sobre otros textos o sobre música, la aparición de elementos naturales y maravillosos, hasta algún destello más lírico, si entendemos aquí lo lírico como la preeminencia de la imagen imprevista. Los registros se mezclan, como se mezclan las reminiscencias literarias y populares, los lenguajes, los paisajes urbanos y selváticos, pero apuntan a algo como una pequeña epifanía.
Casas explica a los lectores brevemente algunas de las ideas imaginistas y objetivistas, y, en la errancia y el error que va de Pound a Eliot, Open, Creely, Williams, Casas y Fracassa, marca lateralmente los desplazamientos que inspiran este libro: inglés, portugués, español, en una línea de traducción que admite siempre el azar y el error (además de la mezcla, la autocorrección de la IA que modifica las palabras que no entiende, los errores de quien escribe en un idioma que no le es propio, etcétera) y, como Casas acostumbra, por elevación y con sutileza e ironía, da una teoría (práctica) de la poesía. Como si dijera: vamos a ver qué pasa si le hacemos escribir objetivismo a una especie de hippie que se aísla en la selva (recordemos también que el último Perlongher se hizo fiel del Santo Daime). Dice Casas: “¿cómo consigue llegar una libreta de apuntes con varios poemas que queda abandonada en una mochila hecha pedazos en un costado de una choza en un rincón de la selva hasta nuestras manos?”. Llega portadora de una teoría y una práctica del desplazamiento y el error, la mezcla y la amistad, como formas de la poesía.
Al espacio urbano, se suma entonces la observación del mundo animal: “ahora observo una colonia / de hormigas rojas / las sigo en su larga marcha / último en la fila”, cruzada de referencias, a veces irónicas o no, pero poéticas: “un pájaro similar a un ideograma / se posa en lo alto / suprema superioridad intelectual”, un atisbo de confesión que en realidad es otra cosa: “dediqué mi vida a algo que no tiene sentido”; observaciones políticas: “esa pena que sentís en el pecho / Stanton / es el capitalismo”, o más generales, por el camino del zen: “este poema es sobre la mente en blanco. / Tratando de decir que el pensamiento es dolor”; la imagen: “La pequeña niña del corazón del sol / se despertó más grande / toda la tribu la rodeó / para que no manchara el río / con su sangre / Yo lloré de emoción”, todo ello en busca o como resultado de una integración secreta, y que se ofrece, en última instancia, “para que la gente decida / si el poema es algo o sobre algo”.
El juego de referencias es exquisito, lúdico, provocador, y el texto, que deserta de la unidad del yo, de su identidad, como de las de la lengua, y de las de la poesía, firmado por Boy Fracassa, es un Casas recargado en la heteronimia, que, así, da un rodeo, y, lejos de fracasar, llega más lejos, otra vez.
Fabián Casas, Los poemas de Boy Fracassa, Nebli, 2024, 60 págs.
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