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Títulos y versos adelantan, ya en el primero de los siete libros que componen Lugares donde una no está (Poemas 1996-2016), una idea del impulso poético que recorre la obra reunida de Laura Wittner: “…estar en el mundo como en un tejido / que se sostiene en estaciones y aeropuertos”, dice en “El pasillo del tren”.
Desde el principio, entonces, hay indicios de un plan de viaje, de una ruta de escritura trazada para dar identidad a ese yo poético que se mueve por estaciones, aeropuertos, pasillos de tren, aviones, hoteles, lugares de tránsito, en suma, a los que Marc Augé denominó, en los años noventa, “no lugares”. ¿Cómo habitar esos espacios anónimos, donde el tiempo parece suspendido? Wittner lo hace con poemas, transformándolos en lugares amenos, ideales casi, para sus observaciones y reflexiones. “Por qué insistimos con los viajes”, pregunta y parece avanzar con cámara en mano.
Cada experiencia es vista y construida como un objeto, pensada y dicha con mirada fotográfica, o como escena de una película documental donde el yo poético también se incluye como personaje: “¿Quiénes nos creemos […]? / ¿Ambiciosos directores de una escena sobreexpuesta / manoteando recursos, utensilios?”. Y nos entrega algo cercano a un diario íntimo, más bien descriptivo de lo que la sorprende como un flash de sentimiento o reflexión, y también sorprende al lector. Valen aquí las varias acepciones del término “reflexión”, materias con las que Wittner construye su poética: reflexión ligada al pensamiento, así como a la óptica; la incidencia de la luz reflejada sobre una superficie, y también referida al sonido y a sus ondas expandiéndose (sean fenómenos naturales o artificiales).
Con una aguda observación de lo mínimo, que la escritura transforma en un suceso tan simple como perturbador, la poeta pone el foco en temas de familia, vecinos, amores, desengaños, cielos, lluvias, playa, diálogos, a veces con nitidez, otras, intencionalmente borrosos, porque todo parece ir bien aunque “las cosas se enrarecen / a la primera de cambio”.
Entonces ¿cómo hacer cosas con palabras? “Esta fuente de calor / admite un único encuadre: / el que la necesita como núcleo / de una dura sintaxis”. Una dura sintaxis que pueda contener y refrenar las emociones, ajustar el encuadre de la anécdota disparadora, sin perder el sentido del humor. La aparente sencillez y soltura de los versos —cuidados y medidos al amparo de la engañosa libertad del verso libre— dicen de un esfuerzo por hacer coincidir el verso con la idea, como quien mantiene una conversación. Los títulos de los poemas, guiños al lector algunos (“¿viste?”; “fijate acá”; “¿vos qué harías?”) irían en esa misma dirección: hacerse entender a la vez que Wittner pide no ser leída al pie de la letra, ya que “nada es tan trágico”.
“El límite entre el agua y el aire / coincide con la línea de pensamiento / que lo que hace es fundir y refundir / en cualquier orden / un par de escenas o secuencias, fotografías / tomadas con una cámara automática, / siempre más o menos el mismo material”. El mismo material, lo sabemos, a lo largo de la obra, de la vida, que cambia según la perspectiva, en este caso: “…desde una bañera”, o según el paso del tiempo: la playa es otra, los hijos los mismos que han crecido.
La voz poética mantiene un tono recurrente, como quien no se cansa de repetir, sin hablar fuerte, sin prisa y sin pausa, hasta hacerse oír, y lo logra. Los poemas “dejan esa memoria / rara, que no termina de ser trágica / ni cómica”, y exigen volver a leerlos.
La obra reunida de Laura Wittner incluye también “Algunas traducciones” —inéditas— y “Algunas reflexiones” acerca de la poesía y su experiencia como lectora.
Laura Wittner, Lugares donde una no está (Poemas 1996-2016), Gog y Magog, 2017, 250 págs.
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