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La poesía la leemos en escritos de edición esmerada. Pero siempre alguien la dice previamente, con una voz que ese alguien (poeta) oye sonar adentro suyo. Es el suyo un modo de decir que, en seguida, el muy atrevido insidia dentro nuestro como un germen, como un magma. Si su estilo es idiosincrático (a primera vista, es lo que ocurre con Malón…), toma prestadas pautas de elocución ajenas. Del gesto popular y gauchesco o de la métrica del endecasílabo gongorino no se priva para nada un poeta que, de entrada, se reconoce payador de Olimpos.
Malón…, empero, encierra su secreto. Lo idiosincrático busca explotar por dentro, romper amarras, arrancarse el corsé, salir del serrallo y dejar escapar otra voz, irrupción amenazante de un pensar y un sentir subcutáneo, valentón, promiscuo, punitivo. En la veta intemporal del lenguaje, Malón… talla gemas nuevas que palpitan, crepitan, sudan (tinta). Su lengua sin duda contiene el archivo acumulado de lo vernáculo (Tedesco es un estudioso, un meditante de la lengua). Pero a la vez se descamisa, se desmadra: inicia vagidos, susurros, requiebros, gruñidos, alaridos, alacridades varias, que modifican el orden inicial, quitándole tipismo a lo tópico, vetustez a lo antiguo. Su lengua rugiente se torna batido de palabras, forma chueca, electrizada, de la evolución de una dicción.
Malón… es otra vuelta de tuerca en la formación entre nosotros de un idioma inédito, el tedesco, donde lo oriundo se hace experimento palabrero en serio. Desde ya, uno piensa que, en su materialidad sutil y rasposa, en su fiesta de espuma y esperma y carroña viscosa, la lengua de Tedesco es eternamente provisoria, en tránsito, como todo lo vivo. La flor estalla en pétalos que se dispersan, sin perder la forma inicial de relato o de verso, signada por las reglas de lo escrito. Pero lo consecutivo, lo lineal, son mera camisa de fuerza de la que escapa este lúcido orate, narbolando ser con el sobrante.
Malón en cautiverio enlaza dos gestos. Uno, vertical, de indagaciones y arraigos en la lengua ancestral, que remonta a raíces ibéricas (apuesta planteada desde “HABLAR MESTIZO en LÍRICA INDECISA”): le permite que su sino crudele no se arrime. Otro, horizontal y aéreo, dibuja una dinámica de explosiones y destellos, expelidos en todas direcciones: un ingenio que te explota entre las manos. El primero ahonda en el silo del idioma, que acamala templos de gloria en áureos duraderos. En el segundo se filtra la intemperie verbal, el salto sin red del trapecista, el neologismo intempestivo (dan gusto verbos bien temperados como indecisar, lindoír). Ambos gestos anuncian que este libro habla de aquello que pronto será noser palabra.
Una poética puede (o no) parecernos creíble. Uno le cree si entrevera palabras que se tornan música (incluso cuando a menudo no buscan armonía sinfónica, sino acaso todo lo contrario). Y le cree si percibe correspondencia entre lo dicho en el texto y la contextura de su decidor. Lo que hace atractivo este libro de Tedesco es el imperio insolente de esa lengua tan perimetrada, transida y charolera que él va haciendo suya (vacilando), mientras se hace bosta en la hueya del camino. Esa lengua calza como un guante en los dedos del personaje (escenográfico y verosímil) de Luis Osvaldo.
Pasa el tiempo y llegan nuevos libros suyos: lo que leemos cada vez es más Tedesco; y Tedesco se nos vuelve cada vez más eso que allí queda escrito, en la trenza sin fin entre un hombre y su cifra letrada.
Luis Tedesco, Malón en cautiverio, Ediciones Activo Puente, 2013, 192 págs.
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