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Una novela sobre el amor comienza cuando Él y Ella se separan. Si es difícil de precisar el nacimiento de una relación amorosa, a menudo su final es inapelable. Pero ante la tentación de reconstruir un pasado, la biografía de un amor que al fin murió, Mañana tendremos otros nombres se interna en los pormenores de la historia que todo final pone en marcha, al principio informe, onda expansiva de esa catástrofe familiar, que poco a poco sedimenta en una nueva cotidianeidad, en un equilibrio otra vez deseado y confortable, en el interior del cual se gesta, silencioso, un cataclismo nuevo. Desplegada en el mundo contemporáneo, incomprensible fuera de sus límites culturales, como los personajes, la historia se regenera luego de su ruina. Esa reconstrucción es dialógica: los capítulos alternan su focalización en Él y en Ella, narran la nueva vida de esos personajes anónimos, su duelo, las esquirlas del pasado, la nueva configuración de los afectos, y establecen, a su vez, un diálogo distinto, entre cultura e intimidad, en el que la primera impone sus condiciones y la segunda exhibe su puñal.
Para empezar el proceso de reconstrucción de sí mismos, en un mundo definido por los mandatos del mercado, que regula las formas de relacionarse y amar, los personajes se enfrentan con la dificultad de adaptarse a lo inestable y vertiginoso de la contemporaneidad. Porque la novela piensa las formas del amor en una época que no ha resuelto los problemas fundamentales de la sociabilidad y que, con su temor al compromiso y a la verdad de las relaciones humanas, ha puesto en entredicho los fundamentos históricos del vínculo amoroso.
Pero Mañana tendremos otros nombres no es un mero inventario de las peripecias del amor en los tiempos de las redes sociales. Con una prosa reflexiva, a veces circunspecta, que evita los golpes de efecto y va tramando el relato en frases largas que alternan la narración de acciones con la especulación, la novela se interroga sobre las diferentes existencias vividas (contadas) en la única que habrá. Es por eso que los nombres carecen de importancia: porque los personajes no son sino un estado provisorio de sí mismos. Patricio Pron traza la incierta y dolorosa aventura en que se gesta lo que nos re-crea, el momento en el que ponemos en suspenso lo que creemos ser para volvernos otros. Esa apuesta por el tiempo como una yuxtaposición de ciclos, que desdibuja la noción de identidad, se contrapone a la mirada del capitalismo tardío, a la sublimación de la figura del individuo como sujeto consistente. La repetición de la fórmula “¿Quién había dicho…? No podía recordarlo ni le importaba” refuerza el hecho de que los nombres, en las experiencias humanas, como quería Borges, son circunstanciales. Mañana, seguramente, todos tendremos otros nombres.
Patricio Pron, Mañana tendremos otros nombres, Alfaguara, 2019, 280 págs.
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