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El desajuste entre lo que se ve y lo que se dice, la desconexión con la geografía, son la condición de estos nueve relatos de Sergio Chejfec. Se trata, en cada caso, de articulaciones afectivas, discursivas y de imaginación inestables, mundos transitorios abiertos por un mecanismo deambulatorio que, al paso lento de una escritura a la deriva, nos abisma en lo que las palabras, sustraídas de sus referentes naturales, no terminan de nombrar o describir. Cada cuento es un pasaje a través de “un teatro de la intrascendencia” de una precariedad temporal extrema, donde el escritor viajero, testigo de la materialidad transitoria del mundo, es atravesado por “contratiempos prácticos verdaderamente minúsculos” cuyo significado ignora, “absolutamente arteros en términos materiales”, aunque al borde de la visibilidad y del reconocimiento (“Vecino invisible”).
Hundido en mezclas materiales concretas que recorren como grietas la superficie de la cultura, el escritor persigue “señales elementales”, signos no verbales que ponen en marcha un metódico trance de pensamiento-escritura, abierto a la riqueza sensible de situaciones virtualmente inagotables que se despliegan y verifican en la textura de una escritura con vocación “documental”. El contacto con la nieve de Nueva Jersey, blanca y silenciosa como el vacío de la página, produce en un escritor sudamericano una reorganización de lo sensible y de las relaciones con su entorno que fuerza una escritura híbrida, donde se mezclan la observación empírica y el pensamiento abstracto (“El seguidor de la nieve”).
Además de una estética, el materialismo perceptivo de Chejfec es también una política de la percepción. La conexión inmanente con las cosas y sus aristas básicas, la escucha fina y atenta –documental– del plano sensible donde se traman los procesos, dependen de una sensibilidad micropolítica que nos sitúe más allá de las formas de significación existentes. Este modo de la sensibilidad, excluido por la maquinaria de codificación mediática y los discursos de la comunicación, tiene alguna relación con el “modo linterna” del título –esa aplicación que permite irradiar un haz de luz desde la pantalla de un teléfono celular–. Como si fuera el reverso mismo de la comunicación –el intercambio transparente y rutinario de representaciones codificadas–, el modo linterna baña de luz la materia oscura de las paredes de la cripta donde un teólogo, un narrador y un ensayista buscan nada más y nada menos que la tumba de Saer (“Una visita al cementerio”). Mientras los poderes tecnomediáticos saturan de clichés audiovisuales nuestro tejido pensante y perceptivo, el modo linterna de estos cuentos de Chejfec, sus irradiaciones discontinuas de silencio, indeterminación y misterio, nos llevan, en su precariedad artesanal, hasta la línea de sombra donde se constituye y destituye, de manera incesante, el sentido de las cosas.
Sergio Chejfec, Modo linterna, Entropía, 2013, 221 páginas.
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