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Hay obras en las que la idea lo es todo. Aunque Otras palabras. Jugar y crear con diccionarios tiene más de cuatrocientas páginas, la idea original de Eduardo Berti —“indagar otros modos de usar los diccionarios”— reaparece con cada antidiccionario que presenta.
El Diccionario de lugares comunes de Flaubert, el Diccionario del argentino exquisito de Bioy Casares, el Diccionario del diablo de Ambrose Bierce, las greguerías de Ramón Gómez de la Serna o el Glosario de Michel Leiris son algunos de los puntos de partida, pero luego, sin proponer jerarquías ni rendido al tiempo cronológico, más bien de acuerdo con sus asociaciones temáticas y críticas, Berti abre una red con tantas conexiones que da la sensación de que, como en el sistema de los propios diccionarios, las posibles entradas de libros, autores y variantes son inagotables. Con base en la literatura francesa, pero estirándose hasta la época griega o arrimándose a lo más actual del siglo XXI, Otras palabras echa luz sobre un género literario mucho más habitual de lo que cabría suponer, tanto como para imaginar allí una tradición.
Mayormente, las instituciones suelen componer los diccionarios con el propósito de intervenir en la lengua, por lo que no son obras para leer sino herramientas para usar, aunque también los hay de autor, subjetivos y hasta con estilo (Covarrubias, Johnson). Por el contrario, los antidiccionarios sí se leen, en tanto su intervención en el sistema de las palabras se hace desde la literatura. Berti se sumerge en ambos mundos, analiza las estrategias de composición, los criterios de clasificación, los sistemas retóricos (analogías, metáforas, comparaciones, aforismos, fábulas), los funcionamientos, las relaciones y los resultados. Por eso, en ocasiones, usa estos libros particulares para, desde ellos, extenderse y abordar la obra literaria de su autor, aunque lo hace de un modo conciso y veloz. Así, reconoce en el lenguaje exquisito “una suerte de conjura: un inventario de lo que Bioy dejó de hacer” con sus primeros libros. O bien, a partir de que el argentino fue su traductor, propone un “doble vínculo” entre Ambrose Bierce y Rodolfo Walsh: ambos escribían con una “intención política” y compartían “el gusto por las formas breves y directas”. El ingenio es claro, saludable y recorre todo el libro.
La erudición parece obedecer a una muy vasta investigación cuyas fuentes se encuentran al final, pero a diferencia de los ensayos académicos, no hay referencias bibliográficas que interrumpan el ritmo de lectura. Más bien, la dinámica es ágil y entretenida, con intervenciones de imágenes en miniatura y breves párrafos antes de cada capítulo que anticipan sus temas y, de algún modo, permiten al lector elegir sus propios recorridos de lectura.
Si a Flaubert le llevó toda la vida registrar las entradas del que sería su diccionario póstumo, Berti relata cómo ya se interesaba en estos temas desde niño: a los doce años leyó The Book of Lists, de Irving Wallace, a los diez inventaba juegos con el diccionario. Es decir, el interés ya estaba incluso antes de que la idea se manifestara. Finalmente, Berti también entró en la tradición y construyó, en vida, su propio diccionario de diccionarios.
Eduardo Berti, Otras palabras. Jugar y crear con diccionarios, Adriana Hidalgo, 2024, 445 págs.
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