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Conur no es una autora más que presenta su primera novela. Es una entidad polisémica con una trayectoria y más de cuarenta mil seguidores en Instagram. Sus posteos —fotos/capturas de Google Maps del Conurbano— la hacen una artista visual aguda, con una mirada excéntrica de un territorio que es un núcleo semántico. En la solapa del libro no aparecen su nombre legal ni su fecha de nacimiento. “M. Conur nació en el conurbano bonaerense, de ahí el apodo que hoy usa como único nombre”. La construcción de un enigma biográfico me hace relacionarla con dos autores muy distintos a ella, Thomas Pynchon y J.P. Zooey. Sin embargo, en la solapa del libro hay una foto que la muestra muy seria, mirando la cámara (y el mundo) con amargura: una mirada pesimista.
En una de sus últimas publicaciones puede verse una pared pintada que dice “Harta de comprender a todos”. ¿Una reflexión? ¿Una declaración de guerra? Otra dice, en la pared de una casa precaria, “Vale todo menos mandar en cana”. Y acá se podría decir que toma partido por una proposición discursiva: estar fuera de la ley. Hay distintas maneras de estar fuera de la ley. ¿Se puede estar fuera de la ley sin consecuencias? Siempre hay consecuencias.
Ahora vayamos a Patadas en la boca, la novela ganadora del Premio Bienal Arte Joven Buenos Aires 2021-2022. Una de las primeras reflexiones que aparecen es lo que alguna vez dijo Orson Welles: para contar una gran historia hay que crear un buen villano. M. Conur lo crea: Edilio, un psicópata, un manipulador. Pero Patadas en la boca es una gran novela no sólo por esto. Es magistral el uso que hace del dolor como dispositivo narrativo. Todo es doloroso en este relato. Y todo es aprendizaje. No sólo del delito o del sexo, sino también de otra clave de la novela: la mentira. El relato tiene una columna vertebral que parece que va a descalabrarse en cualquier momento: la mentira hace que el lector nunca conozca algunas verdades que a veces aparecen sólidas como montañas y otras se desvanecen como niebla.
La misma mirada llena de amargura de la foto de la solapa está presente en la trama. El odio, la desesperanza, las patologías psiquiátricas (sobre todo la anorexia) percuten en la prosa, aumentan la presión del discurso. Hay una escena emblemática: la protagonista (que es quien narra en primera persona) asiste al funeral de su amiga Lena, a la que conoció en una clínica de rehabilitación. Se narra el velorio, a cajón cerrado, de Lena. Y la protagonista se hace preguntas: “Hablaron de Lena de manera impersonal, inventando cualidades que no tenía y peor aún, sin nombrar todo lo que la hacía única. ¿No iban a mencionar su colección de objetos bizarros ni su lista interminable de sinónimos de la palabra pene? ¿No iban a hablar de la vez que un chico re lindo la invitó a salir y después resultó que el pibe tenía un fetiche con las víctimas del holocausto y la encontraba sexy por el parecido que tenía con ellas?”.
A pesar del mundo sombrío que nos presenta Patadas en la boca, hay una vitalidad en la manera de narrar, una velocidad para avanzar en las historias comparable con la del cine y la literatura de género. La novela de M. Conur es una catástrofe maravillosa que aparece en el panorama de la literatura argentina para sacudir al lector acostumbrado a las retóricas domesticadas. Con una forma de narrar directa, que aborda los conflictos que se suceden en una fuga que nos empuja hacia el futuro de las acciones y sus consecuencias.
Por último, no es caprichoso relacionar el discurso de esta primera novela con los relatos que arrojan las imágenes en su comunidad virtual. Se pueden trazar varias correspondencias entre lo que M. Conur produce en Instagram y los detalles de la historia de su novela. Una de esas conexiones es la siguiente: sepamos el mundo en el que vivimos, cuanto antes nos enteremos de cuáles son las circunstancias que nos rodean, mejor.
Conur, Patadas en la boca, Odelia Editora, 2022, 172 págs.
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