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Es habitual que las antologías estén precedidas de un prólogo que justifique la selección, los criterios del antólogo, y que marque una lectura posible. Ocurre todo lo contrario con esta de Pablo Katchadjian. No se trata sólo del azar que deja pensar el título, y que remite la selección a las personas que conoce un escritor en su viaje, como un trayecto que fuera también la constitución de una biblioteca nueva, sino que incluso ese criterio muestra su debilidad en el prólogo: Pablo Katchadjian descubre que no son todos los poetas que conoció.
Con ese gesto el antólogo y traductor (que es un escritor que desde su trabajo se pregunta una vez y otra acerca de la literatura, sus modos, sus lenguajes, sus medios, en el contexto de la multiplicación de las escrituras y sus posibilidades por sus medios técnicos, pero también por la atomización de la autoría) nos reenvía entonces a algunas cuestiones fundamentales de lo literario y aun de la poesía. Pone en primer plano, además de la inalienable arbitrariedad de toda antología, algo que es más fundamental: la poesía como esa interpelación que descubre y construye las subjetividades, es decir, la dimensión en que la poesía resuena o no en un lector; el poema como llamado, más allá y más acá de toda justificación, pero también de toda significación.
En segundo lugar, la unidad del poema como acto de lenguaje. Los poemas valen aquí por sí mismos, desgajados de cualquier lectura rectora, de cualquier sentido, y son así ese erizo, vulnerable y fuerte, que está al borde del camino, y espera ser leído, espera que se le otorgue el sentido, o su razón y su resonar, por sí mismo, así sea de modo efímero. No hay contexto, y eso alza al poema a la vez a su insignificancia y a su valor de totalidad.
Finalmente, pone en escena el azar del recorte, lo que la memoria y la imaginación constituyen como lectura, y que son también un acontecimiento único: esta antología como resultado de un viaje, un recorrido del recorrido, una huella que es un dibujo de algo nuevo y que se sabe parcial, y a la vez completa como experiencia o como escritura un acontecimiento vuelto a su vez nueva escritura, nueva experiencia, en la recursividad de la poesía y del lenguaje y de la vida.
Los poemas están ahí, y si se quisiera buscar un hilo que los uniera, como contestar a la pregunta de por qué estos sí, de si arman un libro, se puede notar que hay en casi todos ellos una reflexión metapoética, directa (“Una pausa rara / en la música // entramos al poema, / salimos”, Alexis Almeida), u oblicua (“Cigarreras de madera hay millones, / si pensamos en números. Su brevedad, sin embargo / y resistencia a la gravedad las convierten en / placeres temporales”, Matvei Yankelevich) o, lo que no es sino su reverso, una apuesta por la notación que huye del sentido trascendente del poema, lo que es otra forma de interrogar por el sentido y por el género (“estoy más interesado en el placer sexual / que en terminar este libro”, Daniel Owen, o el poema “Mesa 28” de Mónica de la Torre). Entonces, la lectura se duplica: son poemas de Anna Moschovakis, Alexis Almeida, Daniel Owen, Matvei Yankelevich, Mónica de la Torre, Rebekah Smith, Tony Iantosca, y es un libro de Katchadjian, sin duda.
Pablo Katchadjian (selección y traducción), Poetas que conocí en un viaje, Fadel & Fadel, 2023, 104 págs.
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