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Por mano propia es un libro en el que cada poema encuentra un lugar inesperado, precioso, exacto, desde donde decir. Si el epígrafe de Jane Kenyon nos alerta (“Quizás ya no encaje aquí / nada me dice lo contrario”), ese “aquí” se desintegra a lo largo del libro, porque Melina Varnavoglou construye uno propio, lo arma como quiere y donde quiere, sin pedir permiso. Y lo hace con una voz que no necesita encajar, porque resuena y sobresale, tiene su tono, sus matices y —sobre todo— mucho para decir. Melina construye un “aquí” que crece como la onda expansiva en su pecho o como ese corazón nuevo que dice: “galopa cada vez más fuerte / está por atravesar el actual / y yo / ya no / ya no lo paro”. Sus poemas son como el acto de detener por un momento la ola, contemplar su potencia (“quedará el espasmo la mueca rota / de tanto intentar decir / el mar”) y al mismo tiempo su fragilidad, verla salir a la orilla y escuchar esa voz: “no vas a detenerme no / caminando mojada hacia el sol”.
Por mano propia explora territorios diversos, desde la primera noche que no pudo dormir con un hombre y en su lugar escuchó el sonido de los autos —“esa turba diminuta al filo del asfalto”— hasta los flequillos, las sienes rapadas y las montañas rusas del pelo enrulado de sus amigas. Sus poemas hablan sobre el deseo, sobre el cuerpo, sobre las manchas de un cuerpo sobre las que inventa historias porque no sabe qué son, “como si esperara alguna noche / dar con la última, la verdadera / y que de pronto todas las manchas desaparezcan”. Sobre algunas cosas Varnavoglou prefiere no saber (“Nunca supe medir distancias / ¿No es eso una habilidad necesaria para vivir?”), aunque no las olvide y sepa que ahí permanecen (“lo infinito y el muelle / la silla, la soga”). Sobre otras, sabe y opera quirúrgicamente; quizá sea ese su derecho al desastre: trabajar sobre “la basura de un muerto / qué / despropósito”. Algo de la segunda parte del poemario deja “el corazón en blanco”, como dice el epígrafe de uno de sus poemas; algo permanece inasimilable porque difícil es asimilar los materiales con los que trabaja. Y ese gesto es valiente, genera preguntas: ¿qué justicia se hace en la escritura?, ¿qué se escribe o se inscribe por mano propia? Melina recorre con la mirada, avanza y dice: “munición y sonrisa / la original de todas las que usé / en tantos ajusticiamientos”. En “Cuando muere una con tu mismo nombre”, algo detiene la mirada en el titular, en la página. Melina habla por muchas, desde su nombre y desde la necesidad de nombrar. Por eso su libro es profundamente político. Porque habilita modos de decir. Porque insiste en que nada caiga sobre nosotras, en que ningún ser aplaste a otro. Quizás lo que Melina sí hace recaer sobre nosotras, sobre muchas, desde su escritura, es una mirada amable, que vuelve visible y abraza la diferencia, que invita a decir: con libertad, con la tranquilidad de dar el paso, de permitirse el derecho al desastre, de encontrar ahí la belleza —en la entrega, en el encuentro azaroso—. Si en un comienzo pensé que los títulos de los dos primeros apartados eran perfectamente intercambiables, el tercero vino a intensificar, a volver más potente el sentido de ambos: “algunos barcos se construyen sólo para verlos quebrarse sobre la superficie”. Aquí Varnavoglou viene a decir y a quebrar, a envolvernos en la intensidad de la tormenta, y al mismo tiempo a rescatarnos con una mano amiga. Una mano que —como las manos de cualquier chica, de cualquier mujer— no por ser veloces y certeras “como el repique de una máquina de coser” dejan de actuar desde el amor. Algo en las manos de Melina —“ellas definen cuánta maravilla soy capaz de soportar”—, en su escritura “por mano propia”, insiste y nos recuerda el tiempo de la manifestación, de mujeres y hombres que se acercan, puños alzados en la lucha por cambiarlo todo, por modificar el orden al que se acostumbraron. Ojalá el libro de Melina se encuentre con todas las otras manos que también —desde la escritura, por lo menos hoy— “tejen numerosamente la fuerza”. Que la escritura sea también un espacio de encuentro donde pensar —y acá hago propias las palabras de la autora— “el gesto precario / de estas manos por azar junto a las mías”.
Melina Alexia Varnavoglou, Por mano propia, Caleta Olivia, 2019, 76 págs.
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