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A diferencia de los laberintos, Pranzalanz es un lugar del que no es difícil salir. Lo difícil es llegar. Eso mismo nos explica el primer relato del libro: a Pranzalanz se arriba tomando cierta imprecisa dirección, siempre y cuando sea en completo estado de ebriedad. La historia de ese pueblo, que a poco de fundarse se desgarrará por culpa de lo difuso de la muerte, por culpa de lo inexacto de sus límites, es el punto de partida de un viaje con visos de errancia, a través de diez relatos singulares.
Alentando una suerte de distracción voluntaria, las narraciones de Kupchik escamotean los límites del tiempo y el espacio, como lo muestra el título de cada una de las partes en que se divide el libro: “Siete segundos antes del tiempo”, “Siete pasos después de las ciudades”, “Finis terris (Desde el comienzo)”. Ese marco, dibujado por sus tensiones internas más que por sus límites exteriores, establece una geografía imaginaria donde el sentido siempre está adviniendo, sin establecerse nunca definitivamente.
Estos relatos que se mueven entre el mito, la leyenda, la alegoría, adoptan la entonación de la parábola, género en que la transparente intención didáctica se oscurece en lo difuso o indefinible de la enseñanza. Tanto las piezas de “Siete segundos antes del tiempo”, de matriz mítica e incluso bíblica, como las de “Siete pasos después de las ciudades”, que introducen motivos del fantástico, el policial y la ciencia ficción, trazan un recorrido que va de las imágenes a las ideas, sin abandonar las formulaciones paradójicas. Pranzalanz toma partido por la literatura que privilegia el pensamiento poético, no el pensamiento racional.
Las vicisitudes del amor entre un gigante y una diosa; las nostalgias de un pintor que vivía bajo el seno de una mujer; las paradojas de un esclavo voluntario en pleno siglo XX; el padecimiento de quienes odian el lugar que no querrán abandonar… historias que Kupchik va construyendo con una lengua despojada, lúcida y a la vez oscura o enigmática, que combina las fulguraciones poéticas (“En algún sombrío momento, un muñón delirante se desprendió del damero urbano de modo imperceptible y fue alimentando su deformidad en secreto”) con las fórmulas filosóficas (“A veces, para definir bien un destino, debemos tener muy en claro a lo que nos oponemos. Y ese móvil, por ignominioso e injusto que nos resulte, es el que debería conducir nuestro criterio. No hay justicia. No suele haberla. Apenas los dudosos criterios de nuestras frágiles definiciones”); un intento de revelar su parentesco.
En una época que, negándola, tiende a la didáctica, Kupchik elige el movimiento contrario: se afirma en las formas didácticas de las antiguas literaturas para escribir parábolas de significado desplazado o conjetural, como el de piezas de civilizaciones perdidas. Estas notables formas breves, que acercan el relato a la poesía en virtud de su misterio, recuerdan los kôan del pensamiento zen, esos problemas cuya respuesta puede intuirse pero no formularse. Pranzalanz es el país de lo innombrable, un lugar que parece repetir las palabras que alguna vez San Agustín dijo oír en sueños, del mismo Cristo: “No me buscarías si no me hubieras encontrado”. Un camino incesante del mito hacia el logos como destino imposible.
Cristian Kupchik, Pranzalanz, Dualidad, 192 págs.
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