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Una de las cosas más lindas de la poesía es su fuerza para expandir las fronteras de la representación. Quiero decir: la poesía no necesita construir algo directamente mimético, puede inventar en pocos trazos una realidad propia, regida por sus propias leyes. De dos maneras se suele poner esa libertad en acción: usando compositivamente la imaginación como una especie de recurso retórico, que es la manera más habitual, y, a veces, expandiendo de pronto nuestra conciencia en la lengua para descubrir un sustrato esencial de lo real. En Revientacaballos, primer libro de Eleonora González Capria, aparece un feliz uso de esa dimensión compositiva de la imaginación y también, sobre todo, extrañas epifanías en las que se nos devela algo.
La arbitrariedad de las proposiciones puede parecer en un primer momento insalvable, pero hay, como en los sueños, una misteriosa fidelidad hilándolo todo. “El tiempo se medía en peces”, propone un verso, y lo entendemos como se entiende la lógica imposible de lo onírico. “Sabemos de aludes”, un verso que se carga inmediatamente de resonancias alegóricas, miméticas en un sentido más profundo. O también: “Las termitas se habían devorado todo. / Los adoquines, los ladrillos, / los marcos, las paredes, los retratos. // Quedaba nada más que un picaporte / que giraba en el aire / limado por rosarios de mínimas tenazas”.
Claro que para que esa imaginación desatada sea de pronto poesía tiene que haber una muy calibrada disposición de los elementos, una feliz retórica de la espontaneidad. En los versos recién citados, la calibrada construcción métrica, por ejemplo, tensa los versos en esa especie de verdad inevitable con que los recibimos. A esa gracia rítmica sólo se llega cuando la forma está disciplinada a un punto tal que ha pasado a ser un instinto.
Un tema que aparece a lo largo del libro es la traducción. En un primer nivel eso podría ser leído como una remisión a la tarea literaria de traducir textos. Pero en un nivel más profundo nos da la clave de una poética: ¿qué es escribir sino traducir la vida?
Concluyamos estas líneas con un poema del libro, mucho más importante que estas aproximaciones: “COMENTARIO A UNA TRADUCCIÓN // Son ganado, otras veces / plantas, pero les levanto corrales. / Les doy mi lengua entera, una mano, / mi ojo, uno solo, / para que el otro mire por la ventana, / y así las cuido. Tengo que contar y pesarlas, / si me las pagan por cabeza y gordura, / aunque viajan como era. Juntas vamos / al paso, / a abrevaderos o quebradas / y nadie nos ve / hasta que uno que pasa me pregunta / al fin un día: / a dónde las lleva. // Yo contesto lo mismo siempre: / hay que cruzar un curso de agua, / antes de eso estas reses no son mías, / nunca marco la piel con yerra. // Sale un río pasando el monte / y allá vamos. Antes de pisarlo / cuento otra vez. Se reproducen / mientras duermo y dan a luz adultos / que no necesitan ubres. / Pienso si el puente llegará a soportarnos / con el peso agregado de los meses. // Les digo a medio camino: vayan, / y me miran sin expresión ni signo / de reconocimiento. / Yo llego hasta acá. // Del otro lado asienten, de pronto / tienen mis ojos”.
Eleonora González Capria, Revientacaballos, Caleta Olivia, 2021, 48 págs.
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