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Tiempo de más

Alberto Giordano 

LITERATURA ARGENTINA

Un diario suele hablar de cosas diversas, cuya continuidad vamos descubriendo de a poco hasta que nos habituamos a un tono y a una manera de ver que se concentran en ese punto inaprensible que llamamos “autor”. En este caso, dado que se trata del tercer volumen de una serie, ese punto de irradiación debería aparecer desde el principio; sin embargo, algo cambió. En El tiempo de la convalecencia (2017) El tiempo de la improvisación (2019), cuyos títulos indicaban ya cierta dialéctica o pasaje entre ambos, el presente se inclinaba hacia el recuerdo o se proyectaba hacia lo incierto, sin dejar de estar ahí, como escansión rítmica. La forma era la misma que en Tiempo de más: fragmentos, más bien pequeñas unidades que se señalan con un título muchas veces irónico, es decir, hecho de citas. Pero ahora el diario al mismo tiempo se acelera y se frena. Es más abundante, casi no hay día en el año que no registre su entrada, pero no interroga tanto el curso mismo de los días. La rememoración y la reflexión convierten el diario en un libro de meditaciones. La lista de canciones mencionadas, que en los libros anteriores ya tenían su lugar ameno, se ha vuelto un universo en sí mismo, que crece, se ramifica, se entusiasma. En una entrada cerca del final, Giordano permite entrever este uso ajeno de su diario: una buena lista de música para seguir. Pero ¿cuál sería no el uso, sino el goce literal de este nuevo tiempo? Tal vez el que sugiere otra entrada: la compañía. Los libros, la actualidad y sus chistes, las intenciones analizadas, los regresos de instantes pasados, el padre, la atención de sí y el cuidado de los íntimos, son escritos con un estilo preciso para que alguien se sienta acompañado, un “amigo” al que quizá nunca se llegue a conocer, como en la red de ese libro de caras donde unos miles de personas se transforman en contactos.  

Por otra parte, Tiempo de más trae consigo su propia teoría, que incluye una mirada sobre los diarios anteriores. Pero “teoría” en sentido etimológico: hilera de cuerpos que figuran en una procesión. Varias, mejor dicho. Hay una teoría de la música, ya mencionada, una teoría del juego, desde la infancia hasta la universidad, una teoría de la filiación, entre el padre que se tuvo —aunque “tener” no sea el verbo adecuado— y el padre que se llega a ser —y tampoco cabe aquí ni el verbo “llegar” ni el taxativo “ser” y también una teoría de la muerte. Entiéndase teoría entonces como una contemplación estética, en filas, de los que pasan cada día. Es decir que su pasaje conmueve, produce una sonrisa, un pensamiento, un impulso de subrayar, o una emoción porque la vida de alguien se define por la interrupción definitiva.  

En una entrada de las más breves, por única vez, Giordano le habla a alguien en segunda persona, le escribe, pero es una poeta que no podrá devolverle el gesto, devolverle un libro que los dos apreciaron. Ahí la figura del yo se aleja. Un cuerpo que escribe piensa en otro cuerpo que ya no formará parte de ninguna teoría ni, por desgracia, de ninguna práctica. Es un libro para tener junto a la almohada siempre, como si fuésemos orientales que vieran en cada día y en cada ritual los signos del destino.  

 

Alberto Giordano, Tiempo de más, Iván Rosado, 2020, 308 págs. 

 

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