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Los relatos que conforman Toda clase de cosas posibles valen tanto por sí mismos como en función de un todo que es mayor a la suma de sus partes. Así como en un hormiguero hay muchas clases de hormigas —y cada una de ellas sabe de su función dentro de la totalidad—, en el libro de Virginia Feinmann podemos encontrar distintos tipos de relatos: aguafuertes, historias breves, confesiones, posteos, mensajes, diario íntimo, que hacen avanzar una trama invisible y tenaz como esa gran mente que rodea el cerebro de cada hormiga. Crónica de una separación y, al mismo tiempo, de un país que entra de a poco en la modalidad del derrape, el libro pone en situación la intimidad como si la historia diaria de un país no fuera sino la historia de las individualidades que lo conforman. Como un hormiguero.
“No sabe que en la vida todo se puede cancelar en cualquier momento”, escribe la autora refiriéndose a Spotify. La frase es un latigazo que atraviesa todas las páginas. Una suerte de idea insignia. Hay cierta inminencia que pareciera postergada, suspendida a un metro. Se trata de un desplazamiento sutilísimo que se enhebra con cada historia contada con la indolencia de quien sabe de lo inevitable. Pero, al mismo tiempo, en cada uno de los relatos (o capítulos, o intervenciones) habita un momento breve y fulgurante que resignifica lo que hasta allí se contaba. No se trata de epifanías sino de una lucidez que se detiene en el envés de lo que todos miran. Encontrar el otro lado que nadie nombra, como el recazo, la parte opuesta al filo de un cuchillo. Esto es cuando la anécdota, la experiencia, trasciende el celofán individual que la encapsula.
Feinmann escribe como si flotara, como si siempre estuviera corriéndose de lugar. Y allí radica la potencia de su narrativa. Un aire de engañosa despreocupación, de confidencia, que se detiene a veces en circunstancias de tristeza invencible como si ya fueran remotas, como si las habitara la redención. Sin melancolía ni autocompasión, la distancia labrada no es la de alguien a quien todo le da igual, muy por el contrario: se trata de una apuesta formal de absoluta intensidad y compromiso.
No se preocupa por el hormiguero Feinmann, sino por cada una de las hormigas. Su mirada se detiene en lo accidental, lo nimio, lo banal, lo que de algún modo uno siente que les pertenece a otros. Pero al ser tratadas cada una de las incidencias como una gran singularidad, terminamos apreciando eso que parece soslayarse con una ilusoria ligereza: el enorme hormiguero donde habita toda clase de hormigas, por ejemplo, los lectores agradecidos.
Virginia Feinmann, Toda clase de cosas posibles, Mulita, 2016, 142 págs.
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