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A la ya incalculable lista de títulos de César Aira, acaba de sumarse Tres historias pringlenses, que inaugura la nueva Colección Jorge Álvarez de la Biblioteca Nacional junto con las Obras completas de Germán Rozenmacher. Hasta el propio Aira parece haber perdido la cuenta y también el calendario, porque las tres historias del título son cuatro y no llevan la fecha que acostumbra a consignarles al pie. A los ochenta y un años, de vuelta en la Argentina después de una larga ausencia, el mítico editor de los sesenta dice haberle pedido un libro que “fuera una síntesis de los otros”, exigencia imposible para Aira, que aquilató la promesa de tres cuentos inéditos con cuatro historias pringlenses extraordinarias. “Quizás los escritores que tienen una autoestima más alta”, confesó no hace mucho, y cabría como explicación, “encuentran que siempre han dado lo mejor de sí, que lo han hecho bien y lo siguen haciendo igual. En mi caso, siempre he quedado insatisfecho y he querido probar otras cosas, a ver si me salen mejor”. Y es verdad: las cuatro leyendas sin fecha (¿cómo fechar una leyenda, relato sin origen cierto por definición?) vuelven a su Pringles natal, no ya para revisitar su infancia con la gracia delirante de El tilo o “El cerebro musical”, sino para transfigurarlo con el “soplo de poesía” de la leyenda y dotarlo de una mitología singular. Despejando equívocos sobre buenas y malas escrituras, realismo y surrealismo, fuga hacia adelante y composición, Aira reinventa a su manera el más convencional de los géneros populares, combina la “sordidez del realismo” con “la línea luminosa del cuento de hadas” y encuentra otro cauce para tramar la ficción con el juego conceptual: crea un mito de origen para la deslucida iglesia de Pringles y el crédito rural, hace de la sombra fatídica de un gaucho un personaje de ficción, reescribe “La gallina de los huevos de oro” en una fábula irónica sobre la inteligencia vernácula y vuelve sobre la moral confusa de la épica gauchesca con una banda antológica de cuatreros en “El santito”, exultante bonus track. Por si fuera poco, está la ola envolvente de la prosa. “Desconfío de los minimalismos tanto como de los barroquismos”, dijo también Aira no hace mucho, y la doble desconfianza se traduce en una lengua clara, precisa, neutra y a la vez riquísima, que acompaña sin opacar la imaginación exuberante y elude la carga suntuosa de un estilo personal. (Desafío para aireanos aficionados: escribir un remedo aproximado de la página 61). Imperceptiblemente, entretanto, trastoca el peso moralizante de la leyenda con miradas facetadas sobre la inteligencia y la estupidez, el materialismo craso y la fantasía, el bien y el mal.
Así las cosas, el mote de escritor chistoso que lo acompañó durante años sólo le cabe en Tres historias al redactor de la biografía de Aira que aparece en la solapa, que lo hace autor del imperativo lamborghiniano “publicar después escribir”, productor de “una veintena de obras”, creador de “un vasto conjunto de prolíficos libros” y “cultor de un estilo personal”.
En la economía inmaterial del valor literario, está visto que la insatisfacción rinde sus frutos. Aira escribe cada vez mejor.
César Aira, Tres historias pringlenses, Colección Jorge Álvarez, Biblioteca Nacional, 2013, 68 págs.
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