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En una nota sobre Amor a Roma publicada en Bazar Americano, la escritora e investigadora Ana Porrúa recuerda lo que alguna vez dijo Mirta Rosenberg en torno al lugar de Charlie Feiling (Rosario, 1961 – Buenos Aires, 1997) en la poesía de los noventa; Rosenberg resaltó que a Feiling hay que leerlo “como a un poeta contemporáneo, cuando contemporáneo no significa seguir los patrones de la época”. En el caso del autor, la definición se ve amplificada en otros terrenos de la escritura ya que esta es, de hecho, un ejercicio perpetrado desde su época pero contra su época. Como en un cul de sac extraterritorial, los ejercicios de estilo llevados a cabo en su nombre formaron parte de un eje eminentemente argentino (la deriva infinita, el culto de la frase, la defensa del gusto como toma de posición política, etcétera) no exento, a su vez, de un condimento netamente foráneo: la estructura clásica que caracteriza a los géneros.
En Un poeta nacional se conjugan las variantes y en el golpe de dados se presenta una aventura patagónica en la que intervienen fuerzas de orden local (el poeta Esteban Errandonea, el paisaje marítimo o continental argento y la definición del ser nacional) y de orden cosmopolita (Elizabeth Askew, el creciente “problema” de los inmigrantes y la ya anquilosada comparación del país con los gigantes de Europa). Eso sí, hay un hilo que conecta este collar de perlas cultivadas y que como todo buen hilo cuenta con, al menos, dos fibras: una es el estilo, o mejor dicho, el fraseo de cadencia perfecta que Feiling maneja a discreción, y la otra es el poema que su álter ego Errandonea ensaya mientras se constituye la trama. Y la palabra trama aquí no es para nada casual.
Se puede pensar en términos textiles una vez que se ha logrado desarticular la ficción que sirve de pantalla para su propósito. De la disolución del entramado (digamos, a lo van Leeuwenhoek), podemos visualizar el programa propuesto por Feiling en su precisa materialización, en su inmediato hacerse. Al dejar atrás el palimpsesto sólo nos queda la ruina y ahí es justo el lugar adonde quiere llegar el también autor de El agua electrizada.
“¿Por qué, si no tuvimos apogeo, tenemos decadencia?” se pregunta Feiling en el recuerdo de su amigo Luis Chitarroni. La pregunta sirve (en un juego de simetrías) para preguntarnos por qué en la literatura argentina de hoy parecen haberse abolido los programas estéticos, las preguntas por las formas que puede adoptar una narración o simplemente la idea de juego (de prueba y error) que encarna el acto escritural. Parece que siempre estamos llegando tarde a donde nunca pasa nada porque mucho antes, allá lejos y hace tiempo, un poeta se encargó de saldar las cuentas sin que nos hubiésemos percatado de ello.
¿Cómo pensarlo todo otra vez?
C.E. Feiling, Un poeta nacional, Alto Pogo, 2020, 234 págs.
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