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Unos días afuera

Diego L. García

LITERATURA ARGENTINA

La escritura de Diego García se mueve entre la cultura masiva y la letrada: la experiencia cotidiana está permeada, formateada estéticamente y guiñada por los cánones de una industria cultural que ocupa todo el campo de lo visible y de lo decible, aun de lo imaginable: “casi a la vida igual / el color / exacto de la felicidad en la mirada / a un botón de la mano / ellos sonríen con sus trajes y sus flores automáticas / en el afiche / él pagará / e irán a casa a mirar sus años / en el tubo brillante / de un mundo perfecto / …… / “todo lo que siempre quisiste” / …… / “llena tu ojo / llena tus oídos!”, dice el primer poema con el que comienza esta antología, hecha por el mismo autor, de los seis libros de poemas publicados hasta el momento, a los que se suman inéditos.

Ante cada experiencia de la vida como ante escenas filmadas o televisadas, Diego García ejerce la fuerza de su mirada y la de su palabra. Por momentos se trata de un mundo en el que, por su proliferación, las imágenes y los discursos han dejado de ser símbolos para pasar a ser nada, se han vuelto materia del inconsciente, a la vez que materia de pura superficie sin revés.

El poeta observa y recorta, fragmentos de esa materia a-significante, y hace algo con ellos. Se trata, desde la austeridad del objetivismo de los ochenta y los noventa, desde ese tono seco y desapegado, desde la desfachatez del pop que clama por belleza y felicidad sin conflicto aparente, de construir el reverso de los cuadros de Lichtenstein, ese pintor del pop que tomaba escenas de los comics y los agrandaba hasta proporciones inverosímiles para hacerlos decir otra cosa, al mismo tiempo que exponía una maestría técnica que dejaba huella de los medios de reproducción. En esa distancia entre lenguajes se juega una distancia estética fundamental que García calibra en todo su peso: no se trata ya del realismo sino de la verdad, en tiempos en que “nada parece verdad y tampoco importa”. Pero no hay lecciones para dar: Diego García se atiene a un gesto estético que saca de lo mínimo todo su poder y expone un estado de cosas. La superposición-distancia de estos dos mundos, el de la vida y el de las pantallas, hace que se señalen mutuamente, se imbriquen, en un lenguaje trabajado en el montaje que implica al lector en un esfuerzo de descatalogación de los sentidos dados, del reparto de lo sensible constituido como lugar común, un temblor o un vaivén. En esa exigencia de lectura instala esa verdad como captura o insight, como golpe de ojo, o choque con la frase o el verso, al mismo tiempo que emancipa a su lector: no explica, señala; no denuncia, dice.

Ese es el núcleo del trabajo poético. Esa es la salida también para la poesía contemporánea, una que arma una potencia poética ahí donde la imagen y la palabra parecen estar completamente cooptadas. Lo hace por medio de un trabajo hecho con un bisturí de exactitud que arma las frases como piezas de relojería, cortando lo ya dicho en el lugar menos esperado y empalmándolo con otra cosa para que surja lo nuevo, lo que hay aún para decir.

El lenguaje es austero, mínimo, los versos cortos, y el corte opera como una pequeña señal de despertar, despertar del sueño inicuo que es la pantalla que abarca todo. Así funcionan también las pausas que marcan las barras en cortes intraversos, para multiplicar la sintaxis y complejizar las frases. Saltan entonces las chispas de sentido en el sinsentido de los discursos mediatizados como brotes de verdad en el realismo capitalista, sobre todo porque la subjetividad también está reducida a mínimo. El recato del yo se define aquí como un ojo, una capacidad de ver, que es capacidad de enunciar. Ni poesía del yo ni poesía de los objetos, ni intimidad ni realismo social, ni privacidad ni política, Diego García construye el tono justo para interpelar lo contemporáneo, para hacer poesía, para convocarnos una vez más a ser los humanos que se adueñan de unas palabras propiedad de nadie o de unas máquinas auto-replicantes, para rescatar las palabras en un mundo en el que “nada parece verdad y tampoco importa”. Lo hace con una poesía sin autocomplacencia y sin concesiones, que, con su “lengua fuera de foco”, nos pregunta “¿hay alguien ahí?”.

 

Diego L. García, Unos días afuera, Pixel, 2023, 85 págs.

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