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Si es cierto que el apego a las formas narrativas se vuelve eficaz cuando se lo practica en una especie de vaivén entre el arraigo y la huida de lo que mandan sus preceptos, Viaje al invierno parece hacerse fuerte precisamente allí donde se roza con el melodrama. Narradas con una locuacidad arrolladora, casi plana, retocada sin embargo con pinceladas de introspección, reflexión y sentimiento, las vidas de Halina/Helena y Clara, coprotagonistas de una novela familiar que abarca más de sesenta años del siglo XX, locaciones de aquí y de Europa, inviernos y veranos en ambos continentes, huidas y marcos de referencia históricos tremendamente significativos, están atravesadas por el sufrimiento —y ciertos gozos— impenitentes. Halina/Helena es una refugiada europea que huye del nazismo y la guerra y se afinca en Tucumán. Con el tiempo, consigue una calma casi metafísica entre labores cotidianas y una férrea voluntad de olvido. Un día, no obstante, sucumbe al deseo y la pasión. Un ingeniero alemán que llega al valle para trabajar en la construcción de una represa le hace olvidar —un poco— la vejación y la tortura del campo de exterminio. Pero las revelaciones ulteriores de ese encuentro serán devastadoras y no harán otra cosa más que profundizar las heridas y una culpa tormentosa. Clara, “sobrina” de Halina/Helena por aproximación, una muchacha que crece al amparo de un baúl de vestidos y de la costumbre de la película de las seis junto a su “tía”, verá su juventud atravesada también por la tragedia. El Operativo Independencia, la simpatía y el servilismo paterno hacia el mando militar y la Guerra de Malvinas serán el viento que la arrasa. Su huida, que como en un espejo de mano refleja la de su mentora, tendrá sus propias culpas, sus muertos y sus remordimientos: del dolor a mares nadie se libra. Con imágenes de una crueldad inusitada —como la de la niña que el capo nazi ahoga en un zanjón— y otras de rico lirismo asociadas al deseo sexual (“el cuerpo se va ablandando en un desmayo lento que la hunde”; “él arremete con una urgencia que la desborda”); con algo de novela histórica y de thriller político —no es menor aquella coda que enhebra la ficción con ciertos hechos de la realidad—, y con algún que otro subrayado cuyo efecto es el de resaltar una versión de lo nacional —marcas, tics, lugares y una especie de sentido común argentino frente a la propia historia—, Viaje al invierno arrastra a sus protagonistas hacia el fondo de sus pasiones para que vuelvan a la superficie con algo de serenidad y, tal vez, entendimiento.
Claudia Solans, Viaje al invierno, Adriana Hidalgo, 2018, 264 págs.
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