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Ahora me rindo y eso es todo

Álvaro Enrigue

LITERATURA IBEROAMERICANA

En este oscuro tiempo en el que Trump pretende levantar un muro distópico que separe Estados Unidos de México, Álvaro Enrigue ha entregado a la imprenta una obra maestra necesaria, porque no se debe calificar de otro modo un libro que amplía el campo de batalla y es capaz de modificar nuestro modo de ver la historia, de entender el territorio y de moldear a la vez, por medio de la escritura, un espacio mítico fronterizo, transcultural y mestizo más real que Comala o que Macondo, quizá por el hecho de que existió de veras: la Apachería. Ahora me rindo y eso es todo se desarrolla en un terreno en el que confluye admirablemente el western culto y salvaje de Cormac McCarthy con el laberinto de la soledad de Octavio Paz, ese mismo escenario común que han compartido sin saberlo los hijos de Sánchez o los protagonistas de Breaking Bad con los yaquis mágicos de Castaneda, los perdedores de Comanchería y los cónsules alucinados de Malcolm Lowry. El autor, desde su condición de migrante, emprende un viaje íntimo involucrándose en la narración como un personaje más para reflexionar sobre la identidad; para deconstruir, a través de un buen puñado de tramas y géneros que se entrecruzan, tanto lugares comunes como sobreentendidos sobre naciones o banderas; para acabar recreando sobre una tierra aparentemente baldía un imaginario mucho más fértil y complejo que la historia oficial o las ficciones en que hemos acabado viviendo.

Entre la Alta y la Baja California, Sonora y Nuevo México, Texas y Chihuahua, hubo una vez esa tierra de nadie que disputaron conquistadores o colonos con los pueblos indígenas, primero llamados indios al ser confundidos con asiáticos y luego fagocitados por la epopeya de los estados del norte; un contorno que Enrigue sabe desdibujado y movedizo por encontrarse en el borde, y que así puede ser tan propicio a la leyenda como al olvido. Es el espíritu del jefe Gerónimo, devenido por el cine en un personaje irreal, el que sobrevuela la novela devolviendo el relato a los olvidados y a los perdedores —ya sean mujeres o nativos americanos—, tanto como la épica a la dignidad y a la derrota. El Gerónimo de Enrigue habla español, que es su lengua materna, y su retrato se acerca al de antihéroes de paisajes estériles tan nuestros como Don Quijote o Martín Fierro. Se cruzan aquí el culebrón con la investigación antropológica, el oeste crepuscular con la crónica de indias, la tragedia con la crítica política, la literatura del yo con la literalidad casi experimental del telegrama, y de ese modo se van sucediendo historias que pueden ser de militares, granjeros, monjas, caballos, gringos o criollos que se entreveran en un verdadero festín literario.

¿Hay alguna diferencia esencial entre claudicar ante un ejército invasor en el siglo XIX y jurar lealtad al rey de España para conseguir la nacionalidad en el siglo XXI? Mientras el escritor, esté en Zagreb o en Nueva York, se somete a esa exasperante burocracia de adquirir una ciudadanía, revisa sus orígenes para acabar encontrando en cualquier ciudad distante la continuación lógica de su relato, descubriendo al tiempo en la narración de la construcción de la nación norteamericana el mismo caos que el spaghetti western inocula en la épica clásica: frente al orden liberal, fracasa la civilización y triunfa el vacío. Hay aquí una posición moral, política, militante; hay un desplazamiento del centro, una denuncia del sentido de las fronteras y una vindicación de lo fluido, de lo difuso: y es justamente esa mirada lúcida donde confluyen la investigación y la experiencia propia del apátrida que, sin embargo, encuentra el recuerdo de la patria en lugares insospechados, del espíritu libre que se fusiona con su paisaje, de la metáfora que hermana el desierto con la intimidad, la que nos lleva a reformular y a cuestionar el relato aprendido y mil veces contado, desmontado aquí de una forma inteligente y crítica. El autor nos demuestra con este monumental relato que una voz mexicana también puede resituar los mitos que otros se han apropiado o escribir, y de qué manera, la llamada Gran Novela Americana. “Donde no había nada, alguien pone algo y los demás lo vemos”, se dice sobre el acto de escribir en la primera página: no hace falta insistir en que Álvaro Enrigue es uno de esos “alguien” que nos iluminan.

 

Álvaro Enrigue, Ahora me rindo y eso es todo, Anagrama, 2018, 424 págs.

20 Dic, 2018
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