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En la portada de Arde Madrid aparecen Kiko Herrero, el autor, y su hermana Sibila, protagonista del libro, en una soleada terraza madrileña. Ella, niña y medio desnuda, lo mira a él, un poco menor, que mea en el suelo. Podría hacerlo en esa piscina inflable que está a su izquierda, pero no sería mucho más correcto. Podría ser gasolina, en lugar de orina, ese líquido que centra nuestra mirada, para darle la razón al título de esta primera y rara novela, construida en fragmentos, flashes de memoria, híbrido de testimonio y de ficción, que habla de la educación sentimental de un niño que cuando sea hombre emigrará —física, moral e intelectualmente— a Francia. Que nos cuenta su infancia en la ciudad de Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, con ratas y pederastas y vecinas católicas y colaboradores nazis reconvertidos en profesores del Liceo Francés; su adolescencia y su primera juventud con borracheras a los catorce años, sexo masculino en los lavabos del Museo del Prado y vagabundeos por territorio español; su flirteo con el abismo de la droga y el alcohol y la ausencia de horarios cuando Madrid se incendie y arda hasta el tuétano.
El incendio es la Movida, ese período ovni de la historia reciente de la Península Ibérica, cuando la represión de la dictadura dio paso al destape, al vértigo, al genio, a la estupidez, al mareo. Un empacho de libertad que, por supuesto, condujo tanto a maravillosas digestiones como a tantas ráfagas de vómito. Tal vez sean dos los relatos artísticos que sobreviven con más vigor de aquella experiencia colectiva: el de Pedro Almodóvar y el de Alberto García Alix. Herrero se sitúa más cerca de los retratos que este hizo, en blanco y negro, de los muertos y los supervivientes, de la heroína y la periferia, fotografías forenses, como si desde el principio todo hubiera estado marcado por la tragedia. Hay mucha tragedia, sobre todo familiar, en Arde Madrid, pues mueren sus dos hilos conductores, sus dos centros narrativos, el padre del autor y su hermana que enloquece. Pero también hay mucho amor y mucho humor y mucha ironía, menos festiva que ácida. La propuesta entronca con Luis Buñuel y con José Gutiérrez Solana, con lo putrefacto y con lo esperpéntico. La España Negra reloaded.
En cierto momento Herrero critica la posmodernidad. Es paradójico, pues su autoficción fragmentaria es radicalmente posmoderna. Pero lo es al modo goytisoliano, al modo francés, con una autoconciencia ética que difícilmente encontramos en los relatos de Almodóvar (pienso, por ejemplo, en Patty Diphusa y otros textos). Tras tres décadas de vida en París y tras haber adoptado el francés como lengua de cultura, hay que leer Arde Madrid, por tanto, no como eslabón de una serie de textos españoles, sino en la tradición de Jorge Semprún, Michel del Castillo o Serge Mestre, por citar a otros autores hispano-franceses. Una tradición que cada vez es más importante para entender la historia reciente del sur de los Pirineos.
Kiko Herrero, Arde Madrid, traducción de Luis Núñez Díaz, Sexto Piso, 2015, 288 págs.
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