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Lejos de nuestras latitudes, en la porción de mundo que corresponde al hemisferio norte, es posible divisar a Arturo, la estrella más brillante, que resplandece con el fulgor de una supernova a punto de extinguirse, lo hace estoicamente dando una cuota de brillo extra en el firmamento junto a la configuración de las Osas (mayor y menor) en la bóveda celeste.
Algo de esta singularidad debe haber afectado al novelista, poeta y dramaturgo cubano Reinaldo Arenas (1943-1990) al toparse con la revista de divulgación Astronomía para las damas ya “que aquella estrella, la que su madre llamaba el lucero de la tarde” sería la que terminaría por insuflar de aire al homónimo personaje de su nouvelle. Creador de un mundo fantástico que no prescinde de adjetivos, Arturo se mueve entre la violencia institucional y la que encuentra en su contracara queer; ninguna de las realidades fácticas que Arturo halla a su paso tiene la candidez y la voluptuosidad de esta otra que crea para él (su pareja) y para sí mismo.
Prefigurando en una prosa de elevado vuelo lo que luego haría carne en Antes que anochezca, Arenas ensaya, inscribe y firma en Arturo… una fábula de la imaginación sin límites en donde la topografía se mezcla con la poesía; no en vano su narración comienza diciendo “He visto un lugar remotísimo habitado por elefantes regios…”. Desde allí hasta el final y sin pausa, como en una larga exhalación o un jadeo interminable, la voz que retrata las andanzas de Arturo en sus disímiles matices se encarga de transportar al lector por aquello que descubre Juan García Ponce en el programa de Musil: ser capaz de desarrollar un estilo con la voluntad de encontrar en cada acción descrita su partícula de absoluto, la unidad total que la encerraría en sí misma y la haría definitiva, aislándola de la contingencia, de la “duración”, dentro de cuya continuidad desaparece su carácter único y su valor como instante en el que el tiempo se detiene y la experiencia se abre a la revelación. Pero ¿cuál es esa instancia de revelación que pretende mostrarnos Arenas?
Podría especularse que se trata del momento en que Arturo es fulminado por los proyectiles militares a la vez que se funde con el paisaje siempre en ciernes, siempre inacabado. En ese castillo pleno de imágenes de la fantasía atravesados por el desierto de lo real se esconde el amor que siente por las cosas de este mundo y por los sueños de satisfacción erótica y plena, un tipo de amor total que flota regio en el aire galante de una prosa que no desconoce los matices propios de la fatuidad y se torna autoconsciente en esta advertencia: “es fácil integrarse a cualquier realidad siempre que no se tome en serio, siempre que secretamente se desprecie, y que en cualquier sitio hay oportunidad para perderse…”.
Con todo, deberíamos celebrar la llegada del aerolito cargado de estilo que nos regala Arenas a estas pobres y mezquinas costas que no son, ni más ni menos, que las de las letras del presente.
Reinaldo Arenas, Arturo, la estrella más brillante, Sigilo, 2024, 128 págs.
Imagen: diseño de Diego Becas para la portada de Arturo, la estrella más brillante.
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